Dulwich desconocida
JOSÉ LUIS MERINO En el Museo de Bellas Artes de Bilbao se muestran parte de los fondos de la Dulwich Picture Gallery, aprovechando que se está remodelando su sede londinense. La exposición la patrocina el Banco Bilbao Vizcaya y antes de mostrarse en Bilbao ha pasado por Madrid. Siendo la pinacoteca pública más antigua del Reino Unido, el gran público la desconoce o no ha reparado demasiado en ella si la comparamos con la National Gallery y la Tate Gallery, sumamente conocidas y visitadas. Pasa algo parecido con el Museo Lázaro Galdiano de Madrid, que guarda en su interior obras de arte extraordinarias que ese gran público no ha visto porque imagina que fuera del Museo del Prado nada existe de valor en la especificidad de lo que llamamos pintura clásica. El medio centenar de piezas exhibidas en Bilbao posee en gran parte una excelente talla plástica. Cuatro van dycks de distinto corte reparten belleza en una de las salas. El cuadro titulado Sansón y Dalila está pintado aún bajo la férula de su maestro Rubens. En el retrato de Emanuel Filiberto de Saboya el artista se regodea en la vestidura del personaje y consigue un efecto bellísimo. Los otros dos retratos, el de Lady Digby y el del conde de Bristol, pintados hacia el final de la vida de artista, son muy notables. Uno porque lo pintó en el lecho de muerte de la dama y el otro por el asombroso talento desplegado en el rostro del modelo. Una obra de reducidas dimensiones de Rembrandt es una joya. Fue pintada cuando era bastante joven, pero el talento de artista que llevaba dentro aflora en esta obra exquisita. Los tres lienzos de Nicolás Poussin son una contribución valiosísima. Estamos ante el gusto de Poussin por el mundo antiguo. Maestro en el color y en la composición, la sóla contemplación de estas tres obras vale una visita. Curioso el fragonard, trazado con un vigor en las pinceladas fuera de lo común (son como los trazos de un arrebatado expresionista, aún no nacido). Espléndido el cuadro Riña en un cuarto de guardia, de Sébastien Bourdon, por la tensión dramática de los claroscuros. Pese a que sólo se incluye un paisaje de Claudio de Lorena, sin embargo, gran parte de la campiña inglesa se fue adaptando al modelo de paisajes que proponía en sus obras el pintor francés, que se italianizó por voluntad propia. En la pugna entre artistas ingleses del siglo XVIII, más concretamente entre Reynolds y Gainsborough, gana el segundo por su contribución, con cuatro obras, en tanto Reynolds deja una sola, y de no buen ver, en razón a que el paso del tiempo ha ido descomponiendo la pigmentación utilizada en esa obra. Los retratos de los hombres que pinta Gainsborough están construidos con trazos ágiles y sueltos. El de la mujer con sus hijos es una obra espectacular. Apasionado en comunicarse con el personaje, por encima de tener que sujetarse a un encargo, y con vibración ante el paisaje, que no quiere someterse al modelo, sino que pretende vivir como ente autónomo. Un potente y dramático San Sebastián, de Guido Reni enseña que durante muchos años fue considerado tan gran artista como el mismísmo Rafael. Por cierto, entre ese medio centenar de obras de la Dulwich se muestran dos pequeñas obritas, óleo sobre madera de álamo, que son parte de un retablo de mayor enjundia, pintados por un muy joven Rafael. Una obra, que se encuadra como de la Escuela británica resulta tan extraña que atrae por su atrabiliarismo. La modelo es la esposa de un actor, Edward Alleyn, contemporáneo de Shakespeare. Retrato con su punto de naivismo. Con una torpeza atrayente por su rareza. Es como una salida de tono, pero con tal grado de gracia que parece que ha sido pintada anteayer. El juego de planos del vestido, sin volumen aparente, con una de las manos, la enguantada, hecha para desaparecer por arte de magia, más ese rostro que brota por no menos arte de birlibirloque, todo ello contribuye a crear una obra casi inquietante. Otras obras de autores de renombre completan la muestra, como Rubens, Murillo, Bellucci, Tiépolo, Vernet, Van Ostade, Teniers el Joven, entre otros.
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