Sal sobre las heridas
No sé si algún eclesiástico como Antonio María Rauco Varela o Ricard Maria Carles, recién nombrados presidente y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, tendrá autoridad suficiente para manifestar al papa Juan Pablo II que deje de echar sal sobre las heridas de la guerra incivil española, 1936-1975 (perdón, 1936-1939), con sus continuas beatificaciones. Al Papa se le debe hacer saber, y si no se lo hago saber yo, o el pueblo de Mérida (Badajoz), como prefiera, que en el cementerio de dicha ciudad y en varias fosas comunes del mismo hay cerca de 4.000 personas enterradas tan dignas, buenas y muchas de ellas tan creyentes como los beatificados, con la sola diferencia de que murieron en diferentes bandos enfrentados, sin que hasta hoy ninguno de los gobiernos municipales que han pasado por el Ayuntamiento de Mérida haya querido levantar un monolito para estas víctimas, pretendiendo con ello dejar en el olvido y en la más vergonzosa impunidad estos crímenes, consiguiendo con tal proceder cerrar en falso una época, dejando abiertas sangrientas heridas.-
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