Genio y torería del caballista navarro
El caballista navarro Pablo Hermoso de Mendoza puso la Maestranza en pie. Fue literal: en pie. No se dice a manera de eufemismo. Menos aún con trampa, como cierto colega que redactó la reseña de una conferencia que él mismo había dictado en cierta asociación y la tituló: "Fulanito puso a la Asociación en pie". Un testigo presencial aclaró que, efectivamente, el público se había puesto en pie, pero para marcharse a toda prisa.No llega a ser el caballista navarro quien sale a rejonear al quinto toro y a lo mejor el público de la Maestranza hubiese hecho lo mismo, salir corriendo, pues la función dedicada a rejoneo venía siendo soporífera y no se acababa nunca. A las 8 de la tarde aún cabalgaba el tercer rejoneador. Hora y media llevábamos de caballazos, de pasadas inútiles, de toros con cabestra vocación.
Albarrán / Seis rejoneadores
Toros despuntados para rejoneo de Luis Albarrán, descastados.Antonio Ignacio Vargas: dos pinchazos a la media vuelta, rueda de peones y, pie a tierra, cuatro descabellos (silencio). João Moura: medio rejón, rueda vertiginosa de peones, pinchazo, rueda de peones y, pie a tierra, dos descabellos (ovación y salida al tercio). Javier Buendía: cinco pinchazos, rejón perpendicular trasero a la media vuelta, rueda de peones -primer aviso-; pie a tierra, descabello -segundo aviso-, seis descabellos barrenando y se echa el toro (aplausos y sale a saludar). Leonardo Hernández: rejón trasero caído (oreja). Pablo Hermoso de Mendoza: pinchazo en un brazuelo, pinchazo arriba y otro bajísimo (oreja). Andy Cartagena: rejón trasero bajo y rueda de peones (oreja con escasa petición). Plaza de la Maestranza, 11 de abril. 2ª corrida de feria. Dos tercios de entrada.
Los rejoneadores no es que estuvieran mal: hacían lo que podían. Lo rejoneadores, en los tiempos que corren, no están mal nunca. Les pasa lo que a los conjuntos musicales y al piloto Carlos Sáinz: que no les cuadra crítica alguna. Si todo va bien son geniales; si lo contrario es que les falló la suerte.
El hecho diferencial de los rejoneadores -la mayoría queremos decir- es que se ponen pesadísimos. Tienen estructurada su actuación en cuatro tiempos -rejones de castigo, banderillas, las cortas y rejón de muerte- y los cumplen a rajatabla así les pida la afición que acaben de una vez y esté presta a huir de semejante martirio.
Leonardo Hernández fue de los cabales. Su toro se entableraba, había de sacarlo mediante continuas pasadas y eso para distanciarlo par de metros de la barrera. Sólo una vez aceptó el manso acudir hasta los medios y se debió al peón José María Elbal que lo bregó embebiéndole en los vuelos de su capote. Sin embargo, al sentir el banderillazo, ya estaba trotando de nuevo el toro hacia las tablas. En ésas que Leonardo Hernández solicitó poner un par de banderillas de propina y la presidencia accedió. Y, prendido, volvió a pedir permiso para emplear las cortas, lo que le fue denegado. No se conformó, simuló las clavazones y el público se puso de su parte. Acertó con el rejón de muerte y le dieron una oreja. La Maestranza se parecía a la plaza de Valencia... Los extremos se tocan.
Veníamos de una decorosa actuación de Antonio Ignacio Vargas, que gritaba mucho (menuda bronca le armó al toro); de otra, correcta, a cargo de Joâo Moura; de un bien concebido y ejecutado rejoneo a cargo de Javier Buendía hasta que perdió los papeles con los aceros y si no llega a ser por la demora del palco al enviar los avisos, escucha los tres y le devuelven el toro al corral.
Y en ésas que se hizo presente Pablo Hermoso de Mendoza. Y todo empezó a ser distinto. No ya en los caracoleos, en las templanzas cabalgando a dos pistas, en la armonía de su toreo sobre el fastuoso Cagancho. Sino en todo tercio, en cada suerte, jinete de cualquier caballo. Con el tenaz encelamiento de principios y un impresionante quiebro, le quitó al manso las ganas de huir a tablas. Vinieron después las reuniones al estribo; los giros al salir de los lances, que eran pura ligazón; un deslumbrante derroche de geniales improvisaciones... El arte de Marialva subía a la gloria elevado por el corazón ardiente, la acendrada torería y la consumada técnica del caballista navarro. La emoción y la belleza llenaban de gozo la Maestranza...
Mató de infamante manera Hermoso de Mendoza y dio igual: le otorgaron la oreja. Cerró plaza Andy Cartagen, espectacular, a veces desbocado y dejando que el toro le alcanzara los caballos, y le dieron otra también. La Maestranza ya hace tiempo que bajó el listón y ahora lo tiene a ras. El triunfalismo es como la marabunta: donde entra lo deja hecho un solar.
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