En la cuna de los "Caballeritos"
"Los Caballeritos de Azcoitia" fue el sobrenombre que, con intención burlesca, puso el jesuita padre Isla a un grupo de nobles azkoitiarras que gustaban de estudiar las ciencias y las letras, al estilo de lo que se hacía en los centros del saber del momento, con París a la cabeza. Y es que el padre Isla (conocido en la actualidad como el autor de Fray Gerundio de Campazas y sólo por los estudiosos de la literatura del siglo XVIII), al igual que tantos otros, no veía con buenos ojos las reuniones que se celebraban en el Palacio de Insausti, hogar de Xabier Munibe e Idiáquez, conde de Peñaflorida, y sede original de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, pionera en la introducción de la Ilustración en España. La villa de Azkoitia se presenta así, en los dos últimos tercios del XVIII, como uno de los lugares de toda la península más interesados por el desarrollo del conocimiento, el avance de las ciencias y el estudio de las nuevas corrientes filosóficas que llegaban de Europa. No sólo era Azkoitia, también otras villas guipuzcoanas contaban con numerosos adeptos al saber, como muestra el hecho de que en Bergara hubiera once suscripciones a la Enciclopedia de Diderot y D"Alambert en lo que era una población de 200 hogares. Pero fue en Azkoitia donde ese interés por las ciencias y las artes se materializó en una institución que promoviera el conocimiento al estilo europeo. El lugar de donde partió todo este movimiento fue el renombrado palacio de Insausti. Contiguo a la pequeña ermita del Espíritu Santo, este edificio se suma a la nómina azkoitiarra de palacios con historia, como la casa Balda o la casa de Idiáquez (también conocida como etxe beltz, casa negra). Así, Casa Balda es la más antigua torre de Guipúzcoa, tanto que se desconoce su origen. Hay quien dice que fue el edificio donde vivió el patriarca Túbal, nieto de Noé, que fue el que vino a la Península Ibérica después del Diluvio. De ahí que haya algunos que la llaman casa Tubalda. Lo que sí está bien documentado es que en ella nació la madre de San Ignacio de Loyola, hecho que ha llevado a algunos azkoitiarras a reivindicar al fundador de los jesuitas como natural de esta villa. El palacio de Insausti tal vez no tenga tanta antigüedad, pero entre sus paredes se coció en medio siglo tanta o más actividad que en Balda desde tiempos de Túbal. Con un paseo por sus alrededores, el visitante puede respirar el ajetreado movimiento que se desarrollaba en su interior hace 250 años. El conde de Peñaflorida, su dueño, es el autor de la reforma que ha dejado el palacio tal y como se ve hoy. Don Xavier Munibe e Idiáquez hizo venir de Italia a un maestro decorador para que reformara la casa al gusto de la época. De entonces data el añadido de la torre lateral y la reforma de algunas de las habitaciones más notables en las que se colocaron cielos rasos (según se dice, los primeros de Guipúzcoa) y se decoraron con molduras, algunas de las cuales todavía se conservan. Aquí se reunían antes de 1750 la mayor parte de los caballeros y clérigos con inquietudes. En un principio, las tertulias servían de entretenimiento a estos ociosos: se jugaba, se bebía, se comía, se charlaba y cada uno se retiraba a su casa con la esperanza de regresar la noche siguiente. Pero cuando les entró el afán por el saber, las tertulias se transformaron en "Junta Académica". Entonces, era el 1748, se dispuso un programa de actividades: las noches de los lunes se hablaba de Matemáticas; los martes, de Física; los miércoles se leía Historia y traducciones realizadas por los tertulianos; los jueves correspondía Música en forma de pequeños conciertos; los viernes, Geografía; los sábados eran más distendidos y se discutí sobre los asuntos del tiempo; y el domingo, de nuevo Música. Debió ser en una de esas charlas más tranquilas de los sábados cuando se comenzó a pergeñar la idea de la creación de una sociedad que buscara el progreso del País Vasco. Los principales animadores de las tertulias, el citado conde de Peñaflorida, el marqués de Narros (Joaquín María de Eguía) y Manuel Ignacio de Altuna (conocido por su estrecha amistad con Rousseau) fueron los que impulsaron la creación de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País (RSBAP). Eran los que el Padre Isla llamaba el "Triunvirato" o "los Caballeritos de Azcoitia", gentes que formaban parte de esa minoría ilustrada que presentó en 1763 a las Juntas Generales de Ordizia el Plan de una Sociedad económica o Academia de Agricultura, Ciencias y Artes útiles y Comercio para Guipúzcoa. Altuna, de quien Rousseau dijo, entre otras alabanzas, que era uno de esos raros hombres que no se preocupaba por la religión de los otros y sólo por su honradez, había muerto prematuramente en 1762, por lo que no pudo ver cómo se materializaban las inquietudes que se fraguaban en el salón del palacio de Insausti. El resto de los amigos, con Peñaflorida a la cabeza, asistieron en el citado palacio a la constitución de la RSBAP en 1764. A partir de ahí, el hogar de Peñaflorida se convirtió en un verdadero centro del saber. Allí se estrenó la obra compuesta por el conde, El borracho burlado, ópera cómica, en castellano y en vascuence, y se puso en marcha el embrión de laboratorio que daría que hablar en toda Europa. Laboratorio avanzado Esa fue la obra más significativa de aquel grupo: el laboratorio del Seminario de Bergara, el centro de estudios que abrió la RSBAP con las últimas innovaciones del conocimiento que había en Europa y que se puso al frente de los estudios de Ingeniería en toda España. En aquel laboratorio el francés Louis Joseph Proust, comienza -por primera vez en España- un curso de Química y ese mismo año descubre la ley de las Proporciones definidas. A su vez, en 1781 y 1782, se incorporan al profesorado de Bergara los hermanos Fausto y Juan José de Elhuyar, quienes al año siguiente, 1783, descubren y aíslan el wolframio o tugsteno. Cuatro años después ingresa en dicho centro de investigación el sueco Anders Nicolau Tunborg, que consigue forjar diversas piezas de platino y llegará a decir que este laboratorio es cuatro veces el de Estocolmo o el de Upsala. Todo esto y mucho más había surgido de las tertulias de Azkoitia, donde se juntaban aquellos que el Padre Isla llamó "Caballeritos de Azcoitia" y que fueron perseguidos por la Inquisición, como también lo fue el jesuita. Aunque crítico con los ilustrados, el autor de Fray Gerundio de Campazas era demasiado moderno para la España de entonces, la que pocos años después de la mano de Carlos III expulsaría a los Jesuitas y, algún tiempo más tarde, en los albores del XIX, agostaría la tarea de aquellos "afrancesados" que habían comenzado a reunirse en el palacio de Insausti.
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