¿Hacia dónde...?
LUIS DANIEL IZPIZUA Cuando Edón Elorza, alcalde de San Sebastián, se niega a ceder el ayuntamiento para la celebración del Aberri Eguna, está cumpliendo con su deber. No sería necesario aplaudirlo si no fuera por la pugna que ha tenido y tendrá que mantener con la insistencia tozuda de quienes han tomado todas las instituciones por montera. Son de ellos porque son mayoría, esa es su filosofía simplísima que les permite abusar de ellas de la forma más arbitraria. Ellos saben que dos más dos son cuatro, y a partir de ahí convierten la política en la caja registradora de una tienda de ultramarinos. Si alguien les pone alguna pega, le llaman intolerante y santas pascuas. Lo que después vayan a hacer las hordas no es de su incumbencia, ya que ellos, como Pilatos, se lavan las manos, dejan escurrir el agua y miran hacia otro lado. Y a todo eso es a lo que ellos deben de llamar Estado de derecho. El ayuntamiento es de todos porque no es de nadie en particular, ni siquiera de la mayoría que lo gobierna. Posee unas atribuciones y unas normas a las que tendrán que atenerse quienes lo constituyen, y si no son de su gusto tendrán que reivindicar su modificación ante las instancias competentes para llevarla a cabo. Que sepamos, el Aberri Eguna no es fiesta oficial en nuestra comunidad, al margen de cómo "entiendan" esa celebración los concejales de PNV, HB y EA en el consistorio donostiarra. Si lo fuera, la ikurriña sería izada en el balcón de la casa consistorial sin necesidad de que lo propusiera ningún grupo, y en caso de que se creyera conveniente algún tipo de declaración a la ciudadanía, la haría el señor alcalde y no un grupo u otro de concejales. Cuando un grupo de concejales -insisto, aun siendo mayoría- se cree con derecho a utilizar a propia satisfacción las dependencias municipales, no veo por qué no voy a creerme también yo con derecho a desplegar en el balcón municipal mi blasón familiar el día de mi cumpleaños. ¿Que yo no tengo representación de mi parte en el consistorio? Bien, ¿y por qué tengo que tener representación alguna para soltar mi mitin si el ayuntamiento es de todos y, por lo tanto, tan mío como de cualquiera. ¡Ah!, pero hay unas normas, me dirán. Claro, pero si ellos están dispuestos a saltárselas, por qué no yo. Cuestión de fuerza, amigo, cuestión de fuerza. Hay que tener detrás la Asamblea de Electos, el pacto de Lizarra y un montón de ayuntamientos campando por sus respetos para considerar derecho lo que no es sino la derogación del derecho. Dos más dos son un tanque, y el que más embutidos vende se queda con el supermercado. Y a eso le deben de llamar Estado de derecho. En mis tiempos se le llamaba de otra forma. Lo del Ayuntamiento donostiarra, por desgracia, no es una excepción. La propuesta de paro realizada por el Gobierno vasco responde a la misma tónica de utilización partidista de una institución que se dice de todos. Esa propuesta va a servir para crear tensiones entre los ciudadanos, aunque el señor Ibarretxe haya afirmado estos días "que se compromete a no dividir nunca a la sociedad vasca". Frágil compromiso, en verdad, leve como las alas de las palabras. Pero lo que nos hunde en el estupor es la declaración de la ejecutiva del PNV con motivo del Aberri Eguna. Que un partido que mantiene un pacto más o menos explícito con el que gobierna España, que lleva casi veinte años gobernando en nuestra comunidad, que mantuvo una perfecta sintonía con las cúpulas de Interior de tiempos pretéritos, que ese partido nos presente semejante martirologio me parece una tomadura de pelo. Sin embargo, las claves para saber hacia donde nos llevan quizá esté en palabras de Arnaldo Otegi el pasado domingo. Entre muchas tonterías, reivindicó "una democracia vasca, cuyas reglas de juego ponemos los ciudadanos vascos y nadie más". La democracia carece de objetivos, y posee unas reglas de juego muy claras para todos, sean vascos o suecos. ¿Qué demonios de democracia será esa vasca, y cuáles sus reglas de juego? Que nos lo digan ya, por favor.
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