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TRAS EL ABERRRI EGUNA Odiosas comparaciones

Como ocurre casi siempre tras la celebración del Aberri Eguna, vuelven a arreciar las críticas y descalificaciones, desde portavoces políticos o mediáticos, contra esta fiesta de los vascos. Porque el Aberri Eguna es una fiesta de los vascos, aunque no todos los vascos la celebren o se identifiquen con ella. Poco importa que los discursos nacionalistas de ese día se puedan calificar de muchas cosas menos de beligerantes, poco importa que el documento inspirador de las convocatorias conjuntas de esa mañana ante los ayuntamientos proclame explícitamente la voluntad de los ciudadanos como sustentación de la expresión política de Euskal Herria. Poco importa, pues las declaraciones de descalificación están ya preparadas de antemano y además se avecinan nuevas elecciones, por lo que hay que mantener prietas las filas, como rezaba una canción, y no precisamente nacionalista vasca. Por lo demás, casi todos los que se echaban las manos a la cabeza cuando se pretendía buscar puntos de contacto entre la situación irlandesa y la vasca no se recatan ahora en poner como ejemplo de los excesos nacionalistas lo que está ocurriendo en Kosovo, al igual que hace unos años lo hicieron con Bosnia-Herzegovina. Realmente, en este caso las similitudes son ciertamente mucho menores, a no ser que se recuerde que el conflicto de Kosovo, y por extensión el de toda la antigua Yugoslavia, comienza hace algo más de diez años con la supresión por decreto de la autonomía de Kosovo por parte de Milosevic, y a no ser que se contemplen a esta luz algunas propuestas desatinadas de índole similar, como la que no hace mucho lanzaban casi al unísono Manuel Fraga y Rodríguez Ibarra. Dejando esto aparte, quien quisiera profundizar en más comparaciones no podría olvidar el contexto: Estado serbio-yugoslavo con el conflicto de Kosovo y un Montenegro que va un poco por libre, frente a Estado español con el conflicto vasco y.... Pero mejor no seguir, ciertamente las comparaciones son odiosas, y al fin y al cabo Irlanda está mucho más cerca y vale más estar asimilado a la Gran Bretaña de la monarquía de los Windsor que a la Serbia de Milosevic. Pero es cierto que los nacionalismos, llevados a la exacerbación acaban resultando peligrosos y hasta grotescos. Tomemos como ejemplo una de las perlas del día después, la del presidente del Partido Popular en el País Vasco, Carlos Iturgaiz: "Si aquí hay una patria o una nación, es España", manidestó. Por supuesto, para Carlos Iturgaiz, los cuatro territorios de Hegoalde son España, digan lo que digan sus ciudadanos. De la misma forma que Gibraltar es España, digan lo que digan los gibraltareños; aunque esta historia es más complicada, estando por medio la Gran Bretaña. España es España, territorio manda. Solo que también Ceuta y Melilla son España, y aquí no debe ser el territorio quien manda. Y yendo a temas menores, para el partido del parlamentario por Álava Carlos Iturgaiz, Treviño es Burgos, digan lo que digan los treviñeses y esté puesto el territorio donde esté puesto. Como se ve, algunos manejan la lógica política como si fuera plastilina. El nacionalismo vasco lleva mucho tiempo evolucionando en sus planteamientos. Por una parte, apoyando cada vez más sus propuestas políticas no en argumentos etnicistas o historicistas, sino en la voluntad de la ciudadanía; y por otra parte creando tejido económico y cohesión social paso a paso: haciendo país, en suma, independientemente del grado de consecución de sus grandes objetivos. Hasta ahora solo lo había hecho una parte, porque la otra, el nacionalismo radical, seguía convencida de que era factible conseguirlo todo de golpe. Pero esa otra parte se está incorporando, con sus vacilaciones y reticencias -sin duda, más de las deseables, a esa evolución-. Está, como gráficamente ha dicho Xabier Arzalluz, bajando al valle de la política. Este Aberri Eguna ha sido un paso más en ese camino, y cualquiera que se haya molestado en leer lo que se ha dicho y escrito en los actos celebrados ese día debería darse cuenta de ello. Lo que a estas alturas es de lamentar es que haya tantos que se empeñen en no querer verlo, en caricaturizar y ridiculizar cualquier esfuerzo en ese sentido. En poner todas sus apuestas en la derrota del nacionalismo vasco. En no querer ni oír hablar de reconciliación.

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