_
_
_
_
GUERRA EN YUGOSLAVIA Los refugiados

Los refugiados dejan su tierra a culatazos y sin saber cuál será su destino

Enric González

ENVIADO ESPECIALLa historia es a veces una máquina ciega que hace trizas de los seres humanos y las arroja al viento. Varios miles de personas fueron extraídas ayer de los atroces barrancos de Macedonia, a culatazos en algunos casos, y embarcadas en aviones cuyo destino ni siquiera conocían. Los refugiados de Kosovo podían ser enviados a Turquía, Noruega o Alemania: en los primeros vuelos, todo dependía del azar. No querían irse, pero daba igual. El drama albanés comienza a esparcirse por el mundo. Las puertas del infierno quedaron abiertas en Blace. El barranco en el que 50.000 personas se han hacinado durante días empezó a vomitar en la madrugada personas que esperaban turno para subir al autobús.

Más información
El Gobierno español cree que la mayoría de los desplazados debe quedarse en la región
Unidos por el dolor

Pasa a la página 7

Los refugiados son obligados a dejar su tierra y su familia sin saber siquiera adónde van

Viene de la primera páginaLos vehículos se dirigían al campo de tránsito instalado por la OTAN unos 10 kilómetros al sur, junto a la carretera de Brazda. Desde ese punto, debían proseguir por aire un éxodo que iniciaron hace varios días en tren o a pie.

El campo que dejaban atrás estaba alfombrado de trapos, basura y excrementos. Chaquetas, pantalones, ropa demasiado sucia como para utilizarse, colgaban de las vallas que habían encerrado a la multitud en esa tierra de nadie. Grupos de voluntarios albaneses provistos de mascarillas hacían hogueras con todos aquellos restos y un humo negro y espeso hacía el ambiente irrespirable. El barranco contiguo a la frontera de Blace empezaba a vaciarse pero, más allá, hacia Kosovo, una multitud innumerable -40.000, 50.000, quizá 70.000 personas- seguía encerrada y vigilada por la policía macedonia, que se ayudaba de perros para controlar a los refugiados. Un nuevo tren serbio descargó descargó otros 5.000 espectros fatigados a media mañana.

La evacuación del campo era expeditiva. La policía espabilaba a culatazos a quienes se rezagaban. Algunos agentes reían, encantados de librarse de los albaneses. Un miembro de la Cruz Roja Internacional hablaba por teléfono: "Hay que vigilar los casos de hepatitis, manda a alguien ahí, al fondo". "Las enfermedades se expanden deprisa", comentó Visar Dida, un joven de 20 años provisto de una identificación de la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa (OSCE). Visar, estudiante de farmacia, trabajaba para la OSCE en Kosovo, la región en la que vivió hasta el pasado viernes. Llegó a Blace en tren, como la mayoría de los refugiados, pero su acreditación -inválida en realidad en Macedonia- le permitió salir pronto del infierno. "La policía serbia nos dio 15 minutos para hacer las maletas e irnos de casa. Pero la policía macedonia", explicó Visar, "nos ha mantenido aquí en condiciones inhumanas. Mi padre, que enseñaba química en la universidad y tiene 60 años, tuvo que permanecer horas y horas en el barro, enfermo y humillado. Nunca lo superará. Creo que la policía macedonia es peor que la serbia, y le aseguro que no lo olvidaremos".

Visar estaba instalado en el campo de tránsito de la OTAN. Lo que fue un pequeño destacamento logístico británico se había convertido en un horizonte de tiendas blancas que crecía hora a hora para acoger a más y más refugiados. El campo de Brazda era casi el paraíso. Había agua, espacio y comida, había letrinas, había incluso algunas duchas para quienes tuvieran la paciencia de esperar horas en la cola. Quienes carecían de ropa podían conseguir nueva vestimenta, por pintoresca que fuera. Zelo, por ejemplo, había obtenido una vistosa chaqueta roja, unos pantalones militares de camuflaje y una camiseta publicitaria de las islas Canarias.

En el aeropuerto de Petrovec, una columna de desarrapados cruzaba el arco detector de metales y marchaba hacia un avión comercial de MAT, las líneas aéreas macedonias. Los policías se protegían con mascarillas y guantes. "¿Dónde nos llevan?", preguntó una mujer. "A Turquía", le respondió una traductora albanesa que acompañaba a un periodista. Un periodista macedonio se encaró con ella: "No hace falta decirles dónde van, son albaneses, en cualquier lugar estarán mejor de lo que se merecen". "¡No quiero irme! ¡Mi marido y mis hijos se han quedado en un campo de Tetovo!", gritó otra refugiada. Un policía la empujó y la mujer se dejó llevar mansamente, como los demás, hacia el avión. Los vuelos del éxodo aéreo despegaron durante todo el día. Por la tarde, cada media hora. Poco a poco, las cenizas del incendio kosovar se esparcieron por el mundo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_