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¿DÓNDE ESTA RUSIA?

Antonio Elorza

Las declaraciones del primer ministro ruso, Yevgueni Primakov, preguntándose por qué iba a bombardear la OTAN a Serbia por Kosovo si no bombardeaba a España por Euskadi, constituyen, por una parte, un exabrupto lamentable, pero, por otra, remiten a un problema de mayor alcance, el de la continuidad entre los modos de hacer las cosas y de ver la realidad por parte de los actuales dirigentes rusos y los del difunto Estado soviético. Nada tiene de extraño si tenemos en cuenta que precisamente la continuidad ha presidido, salvo intervalos frustrados, la composición de los órganos principales del Estado. De acuerdo con la vieja tradición que despuntara sin éxito con Beria, pero que se materializó con Andrópov, ese centro neurálgico del sistema que era el KGB tendió a convertirse en el vivero para el reclutamiento de la dirección máxima del país.

Primakov, a la presidencia del Gobierno desde el Ministerio de Asuntos Exteriores, pero toda su carrera política en el Antiguo Régimen tuvo lugar en el KGB. Y buena parte de su éxito de cara a la opinión pública en estos meses de gestión ha venido de su capacidad para ir recomponiendo un Estado-KGB, donde los que fueran altos responsables de los servicios de inteligencia bajo su mando pasan a ocupar hoy puestos claves: Grigori Rapota asume la jefatura de la gigantesca empresa del Estado exportadora de armas, y el que fuera secretario de prensa de los servicios de información exteriores, Yuri Kobaladze, la de la agencia de noticia Itar-Tass, con el encargo de inmunizar la figura de Primakov ante posibles ataques de la prensa.

De esta forma, queda consolidado el puente que une las dos orillas, la soviética anterior y la democrático-autoritaria de hoy. La influencia del recuperado Partido Comunista sobre el Gobierno actúa en el mismo sentido. En fin, como ocurre con tantos otros aspectos de la vida política del país, las malformaciones registradas en la organización política y económica interior no agotan ahí su incidencia, sino que repercuten sobre la proyección exterior de Rusia.

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Es algo que tuve recientemente ocasión de comprobar en un campo aparentemente alejado del que ahora nos ocupa: la política de archivos. Entre 1992 y 1994 hubo por parte rusa una actitud de relativas puertas abiertas, que hizo posible buena parte de las investigaciones publicadas en Europa y en Norteamérica en estos últimos tiempos y que apuntaba a una apertura aun mayor cuando dispusieran de una legislación al respecto. Por lo que toca a España, hubo incluso una oferta formalizada de microfilmar los fondos del Archivo del Ejército Soviético sobre la guerra civil, incluido el secreto de Vorochilov, dos mil quinientos legajos, oferta que quedó enterrada en el pertinente cajón ministerial hispano. Pues bien, desde entonces ha sucedido todo lo contrario, adquiriendo la tendencia al cierre y a la depuración aspectos grotescos al alcanzar, en el que fuera archivo de la Internacional Comunista a series documentales como las de Manuilski y Dimitrov antes consultadas sin problemas y parcialmente reproducidas, por ejemplo en el Centre d'Estudis Històrics de Barcelona. "El hecho de que un documento haya sido publicado no le quita el carácter de secreto", sentencio lucidamente el responsable ruso al serle explicada la contradicción. Así que al mismo tiempo que el Consejo de Europa pone los dólares para un sugestivo proyecto de digitalización de esos antiguos fondos de la Comintern, los archiveros rusos, por orden de la superioridad, ponen a buen recaudo los documentos de mayor interés (entre ellos, los que tocan a la guerra de España). ¿Sin orden ni concierto? No parece que sea el caso. El expurgo tiene mucho que ver con la vinculación del actual Estado ruso respecto de su antecesor. Por los datos conocidos de lo que estaba antes y ya no está, se trata de borrar toda huella de la intervención efectiva de Stalin y de las instituciones a el subordinadas sobre la actuación de los demás partidos comunistas En una palabra, Lenin y Stalin como individuos pueden ser arrastrados por el fango con los documentos entregados a los historiadores, pero el Estado soviético, en cuanto tal, ha de permanecer fuera d toda sospecha. Sus sucesores se encargan de ello.

El estilo también cuenta. Un debate con los responsables rusos sobre estos temas tiene todo el encanto de una negociación con representantes soviéticos en la era de Brezhnev. Son como un muro opuesto a cualquier iniciativa, en nombre de unos intereses y de unas razones de Estado cuyo contenido nunca se explicita Si no aparece una fuerza superior que les obligue a inclinarse, en estos casos la advertencia de que si no conceden una cosa se suspenden los pagos, lo único que cabe esperar es una manifestación airada de prepotencia. "Lufthansa dejaba fumar en sus vuelos hace dos años y ahora lo prohibe", fue toda la explicación que fue dado alcanzar del responsable inmediato del expurgo al preguntársele por las razones y los criterios del mismo. El diálogo es bien difícil, porque el contenido real de lo que se somete a discusión no puede ni debe entrar para ellos en la misma. Cuentan sólo la posición que han adoptado previamente y la existencia o no de una fuerza suficiente capaz de obligarles a modificarla.

En estos últimos tiempos, salvo ramalazos pasajeros de occidentalismo con Kozyrev, apenas la debilidad económica de Rusia ha impedido que esa continuidad marcase decisivamente su política exterior En 1968, con la invasión de Checoslovaquia, Brezhnev trazo las líneas maestras de la proyección imperialista del poder de la URSS y de la doctrina de la "soberanía limitada" en relación a los países del entonces campo socialista. De un lado, todos los medios eran buenos, invasión militar comprendida, para que no retrocediese un centímetro, ni en el espacio ni en el grado de poder ejercido, la hegemonía de la URSS sobre el espacio ganado con la victoria de 1945. De otro, el expansionismo impregnaba el legado de la coexistencia pacífica, contando con los movimientos favorables en el Tercer Mundo (Vietnam, Nicaragua) y las acciones de desgaste en el interior del campo capitalista (así en el apoyo indirecto a movimientos secesionistas o terroristas, sirviéndose a veces de los partidos comunistas prosoviéticos). Era de nuevo el bosque que se mueve estaliniano, pero esta vez el montaje comenzó a agrietarse irreversiblemente con el paso en falso de Afganistán.

Esta fue la prueba definitiva de que tal política respondía exclusivamente a un criterio descarnado de maximización de la fuerza propia en el tablero internacional, ignorando el contenido, y por ello, las posibles repercusiones de la misma. El análisis de las situaciones concretas y las perspectivas políticas quedaba sometido a la utilidad inmediata que podía alcanzar la URSS como potencia. El resultado está a la vista. Y no parece que la Rusia aparentemente poscomunista haya superado ese enfoque propio de la burocracia del "socialismo real". Fácil de explicar como vimos: la de hoy es la misma burocracia. En el entorno de la antigua CEI, a la que sigue pretendiendo adscribir la "soberanía limitada", y en la periferia de la Federación Rusa, lo aplicó brutalmente con éxito en Abjacia contra Georgia y con un fracaso rotundo en Chechenia. Y más que en la posición adoptada ahora en la crisis de Kosovo, lo manifestó, con un tinte anacrónico pero visceral de eslavismo proserbio a lo largo y ancho de la crisis de la antigua Yugoslavia. El dontancredismo agresivo de Milosevic tuvo siempre detrás el respaldo de una Rusia que no se preguntaba entonces por lo que era la limpieza étnica en Bosnia ni en fecha más reciente por el genocidio kosovar. Si acaso hubieran dicho, como un publicista español en un abyecto comentario, que dónde estaban las fosas comunes de los kosovares.

El resultado esta a la vista. La cuestión es saber si esta fidelidad al pasado, en las formas, la ideología y el contenido de la política exterior responde mínimamente a los intereses reales de una Federación Rusa cuyo emplazamiento optimo, para ella y para todos, se encuentra en Europa.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid

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