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'Remake'

Imaginemos por un momento -lo que dura esta columna- que la industria editorial española encarga a unos cuantos escritores cotizados y de público regular unas nuevas versiones (o remakes, como suele decirse últimamente en castellano) de Don Quijote, El lazarillo de Tormes, La Celestina, La Regenta y Fortunata y Jacinta. Supongo que se armaría una buena a cuenta del encargo y supongo que muy pocos, por no decir ninguno, de los escritores aceptarían semejante trabajo por muy bien pagado que estuviera. Quizá hubiese otros que sí aceptasen, porque mercenarios los hay en todas partes, pero el escritor que desea, sobre todo, ser singular diría que no.He pensado en esta insensatez leyendo una crítica de Ángel Fernández-Santos de la nueva versión de Gloria, la extraordinaria película de John Cassavetes, en la que se mesaba las barbas ante el estropicio y se preguntaba por qué, cuál es la necesidad de hacer una nueva versión de un filme redondo y único. En fin, ésa es una figura retórica porque bien sabe él que los remakes, hoy en día, proceden de la penosa falta de ideas de los nuevos dueños de Hollywood, esa gente que desprecia el cine.

Una nueva versión parece tener sentido cuando la primera es una idea que fue estropeada en su momento y que, como tal, sigue viva; o cuando un director tiene personalidad suficiente para aceptar el encargo sabiendo que se avecina un temible y apasionante duelo de ingenios. Hay un ejemplo impecable: las dos versiones de Front page (Primera plana), firmadas respectivamente por Howard Hawks y Billy Wilder; la primera, con Rosalind Russell y Cary Grant, y la segunda, con Jack Lemmon y Walter Mathau. No creo que se necesite añadir comentario alguno; ambas son maravillosamente distintas, maravillosamente semejantes y dos obras maestras.

Pero lo que llama la atención es, sobre todo, un hecho; el hecho de que el cine acepte con tanta facilidad no sólo algún remake excelente, sino cualquier remake por bochornoso que sea el resultado. Nuevas versiones de textos clásicos los ha abordado el teatro, fiado en la individualidad de cada puesta en escena, e incluso la literatura, fiada en la universalidad del mito (Scherezade, por ejemplo); pero siempre cumplen una función: tomar un modelo preexistente para extraer de él una lección de contemporaneidad, lo cual convierte necesariamente el nuevo trabajo en una pieza distinta y autónoma.

Con el cine, la contemporaneidad de sus filmes sonoros, aún los más antiguos, está garantizada. Me pregunto si la mera repetición de unas versiones por el sólo hecho de que obtuvieron una gran aceptación, quedaron en la memoria de la gente y el tiempo las ha engrandecido (Psicosis, Sabrina, Crimen perfecto...) no colocan al cine en un desgraciado lugar de arte menor e industria mayor. El revuelo que se organizaría por escribir de nuevo el Quijote comenzaría en su falta de necesidad. El libro está ahí y punto. Lo cierto es que la literatura tiene sobre sí el peso de la tradición y el valor del prestigio y el cine tiene más bien un valor industrial por encima de cualquier otro. No seré yo el idiota que desdeñe la industria que ha permitido tantas grandes obras, pero tampoco hay por qué reducir al director y a su equipo a la consideración de "gente que pasaba por allí cuando hubo que hacer una película".

Lo que me hace pensar que o al cine le falta prestigio o a la literatura le sobra respeto es, precisamente, la desenvoltura con que alguien repite película sin otro motivo que aprovechar el tirón de un título mítico. Y es que la autoría, en el mundo del cine, se considera de manera muy diferente.

Un autor es alguien que desea ser singular, distinto. Eso es algo que nadie discute. Precisamente porque se busca la singularidad, a ninguno se le ocurre volver a escribir el Quijote o El extranjero. El mundo del cine, en cambio, parece moverse en otra dirección. Pero es que, además, en una época de falta de ideas los autores son, paradójicamente, un riesgo y, en cambio, los productos que en su día se crearon porque había autores (todo lo condicionados que se quiera por una industria que arriesga demasiado dinero en cada producto, pero autores) se consideran simple moneda de curso legal que sólo hay que volver a poner en circulación cambiando las caras de los actores por las de los chicos y chicas de la actualidad.

El cine lo financió la industria, pero lo crearon gentes con ideas propias. Ahora lo crean los financieros y no da dinero; todos esos remakes son un fiasco. Al menos los viejos tiburones de Hollywood sabían con quién se jugaban los cuartos.

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