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De Anuntzibai al Gorbea

Sabido es que los peajes no son invento de los concesionarios de autopistas, aunque sí es cierto que no ha sido hasta la difusión de esta vía de comunicación cuando esta forma de pago por viajar ha perdido su carácter fronterizo o de paso de un territorio a otro, para establecerse donde tiene a bien el dueño de la autopista. Por eso, aún es más curioso el hecho de que el peaje de la A-68 en su salida número tres (la de Llodio-Areta) coincida casi en el mismo lugar con el que durante siglos mantuvieron los señores de Anuncibay en torno al puente hoy conocido como de Anuntzibai, cuya última construcción -que ha llegado hasta hoy casi intacta- lo sitúa como el segundo puente más importante de Vizcaya, después del de Balmaseda. El barrio de Anuntzibai, perteneciente a la anteiglesia de Murueta, está ubicado en una de las entradas principales al valle vizcaíno de Orozko, en las riberas del río Altube, poco antes de que éste se una con el Nervión. Aunque no es el más grande del valle, Anuntzibai cuenta con ese muchas veces arriesgado privilegio de ser la puerta al resto del territorio común. Así lo entendieron desde antiguo los señores de Anuncibay y los de Ribas, asentados a apenas quinientos metros unos de otros, que mantuvieron una sangrienta guerra entre sí desde el siglo XIII a finales del XV, como tantos otros señores de todo el País Vasco que se dividieron en los bandos gamboínos (al que pertenecían los Anuncibay) y oñacinos (del que formaban parte los Ribas). Control del peaje Y el motivo de esta disputa no era otro que el control del peaje de este camino tan importante, establecido en el puente que cruzaba el río Altube donde da sus aguas al Nervión. Hay certeza documental de que ya se cobraba el paso en el puente medieval (causa de las citadas escabechinas entre anuncibais y ribas), y también la hay de que con la construcción del nuevo paso (el que hoy todavía se mantiene en pie) se siguió cobrando un pago por tránsito, como recogen Iñaki García Uribe y Pedromari Ojanguren en su exhaustivo libro Paseos por Orozko. Así, si el puente lo construyó en 1741 Martín de Larrea (después de que lo diseñara diez años antes Antonio de la Vega) por encargo de don Ignacio de Aranda, marqués de Falces, ya en 1754 los señores de Anuncibay establecían un canon a los vecinos de las casas de Usia de 1.200 reales al año "para que desde oi, dia de la fecha, en adelante perpetuamente, para siempre xamas, pueda usar y pasar sin ympedimento ni embarazo por el nominado puente nuevo". No en vano, la obra le había salido por un ojo de la cara al citado marqués de Falces, que se había propuesto construir un puente al estilo de los de la época, entre barroco y clasicista, casi sin alomado ni torres defensivas, con rampas y caminos amplios a las márgenes del río, y con una decoración que reflejara la categoría del impulsor. De este modo, señala José Antonio Villasante en su reseña para la obra Monumentos de Vizcaya, "lo más destacado del puente son sus elementos decorativos, centrados en el arco triunfal que se levanta al finalizar el puente en la margen derecha, tipología bastante extendida en España, con antecedentes ilustres como el Puente Romano de Alcántara y que en Vizcaya sólo tiene una cierta similitud tipológica en el puente medieval de Balmaseda". La construcción tuvo sus dificultades, dado el gran desnivel que hay entre las dos orillas del río en esta zona. Para igualarlas, en la margen derecha se levantó un muro de mampostería en el que se utilizaron las escorias que sobraban de la ferrería cercana. Porque no se piense que el puente era una construcción aislada en Anuntzibai, además de la torre defensiva correspondiente. Si algo caracterizaba y dio importancia a este barrio fue su ferrería, una más de las decenas que poblaban Orozko. Y es que, como comenta Delmas en su Guía descriptiva del viajero en el Señorío de Vizcaya en 1864, este valle es "una de las zonas más fabriles de Vizcaya y en la que se ha elaborado el hierro desde la más remota antigüedad". Así que no les era extraño a los de Orozko la estructura urbana torre-puente-ferrería-presa y, por supuesto, ermita. Así fue, al menos, desde la construcción de las ferrerías hidráulicas (en Vizcaya, hacia el siglo XIII) que supuso la primera roturación del fondo de los valles, de las zonas más cercanas a los ríos, y que conllevó la construcción de las desviaciones de agua, presas, puentes y caminos necesarios para el transporte del mineral, el carbón y el hierro elaborado. Hasta entonces, los habitantes de Orozko habían optado por las alturas. Estos terrenos sombríos eran poco productivos para una cultura basada en el pastoreo y una agricultura que no había descubierto todavía América. Como refleja la ubicación de las parroquias más antiguas, los pobladores de estos valles preferían la media altura, siempre a 40 o 50 metros por encima del río más próximo. Y más si se tiene en cuenta que en Orozko no les faltaban montañas repletas de pastos para llevar a sus animales. En contraposición con el civilizado y racional puente de Anuntzibai se presentan las peñas de Itxina y de Gorbea, fuente de innumerables leyendas que tuvieron sus momentos de auge con la instalación de las primeras ferrerías hidráulicas. Hasta las cuevas que guardan estas montañas subían los emprendedores ferrones para pedir ayuda a la Dama de Amboto en la puesta en marcha de sus ferrerías. Quizás uno de los que mejor han sabido contar este contraste entre las peñas y los prados ubicados un poco más abajo haya sido el citado Delmas, cuando describe el entorno de la cueva de Sopelegor en Gorbea: "El aspecto que presentan estos descarnados picos y hondonadas al lado de la feracidad de las pequeñas planicies que, a su inmediación, se extienden cubiertas de seculares tejos y encinas, de enormes hayas y robles y de plantas medicinales, y el inmenso panorama que se descorre a la vista, forman un contraste difícil de describir pero admirable por su grandiosidad y belleza". Entre el puente de Anuntzibai y las peñas del Gorbea, toda la historia de la Humanidad se recorre en el valle de Orozko, hoy arrinconado a una orilla de una autopista, último reflejo del avance de aquella técnica que nació en forma de sílex en la cueva de Sopelegor y se convirtió en ferrerías a las orillas del río Altube.

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