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La revancha de Primakov

Rusia se ha tomado la guerra contra Yugoslavia como una traición por parte de Estados Unidos. Y es que Washington no ha querido ni oír los argumentos del primer ministro ruso, que, el 22 de marzo, se dirigía a Estados Unidos, cuando fue informado por el vicepresidente Al Gore de que ya se habían ordenado los ataques aéreos. Yevgueni Primakov decidió dar media vuelta cuando sobrevolaba el Atlántico y regresar a Moscú. En su opinión, nada podía justificar una acción tan precipitada. De hecho, los rusos se han sentido tratados por los norteamericanos como una potencia de segundo orden, sin voz ni voto en este asunto. Y ni Primakov ni Yeltsin podían consentir semejante trato.Diplomático de carrera, Primakov se contentó al principio con demostrar el carácter ilegal de esta guerra de agresión. Yeltsin, más duro, invocó el fantasma de una tercera guerra mundial y anunció que tomaría las medidas adecuadas, incluidas las de carácter militar. Pero su propio secretario lo desmentía horas más tarde, ya que no se había previsto ninguna medida concreta.

La mayoría de la prensa rusa, incluso la tradicionalmente prooccidental, se ha alzado contra la acción de EE UU. Nadie cree en Moscú que Clinton esté actuando en Yugoslavia en nombre de la "injerencia humanitaria". "Si fuera tan sensible a los sufrimientos de las pequeñas naciones no se habría quedado callado durante la guerra de Chechenia, que produjo un número de víctimas mil veces mayor que las de Kosovo", repiten los editorialistas. Otros recuerdan las desgracias de los kurdos, que se encuentran en una situación mucho peor que la de los kosovares y que sufren represiones y masacres a manos de Turquía, país aliado de EE UU. Para el diario de gran tirada Moskovski Komsomolets, "el asunto Mónica Lewinsky es el que ha llevado a Bill Clinton a desahogar su frustración sexual con la violencia".

En cuanto al ministro de Asuntos Exteriores, Ígor Ivanov, que participó en las negociaciones del Grupo de Contacto, ha acusado abiertamente a los norteamericanos de haber suministrado armas al Ejército de Liberación de Kosovo. Éste, según él, "encarna el extremismo islámico en el continente europeo", y no le extrañaría ver salir de entre sus filas a un nuevo Bin Laden, terrorista islámico apoyado en su momento por los norteamericanos en Afganistán. De modo más serio, acusa a EE UU de "utilizar la OTAN para imponer al mundo el dictado político, económico y militar de Norteamérica". Ésta es la razón por la que Rusia ha puesto fin a la colaboración que con tanta dificultad había establecido estos dos últimos años con la Alianza.

Curiosamente, fue Ivanov, y no Primakov, quien asistió a la sesión extraordinaria de la Duma para exponer el punto de vista del Gobierno. Su tarea era delicada, ya que la unanimidad nacional proserbia no ha bastado para calmar el debate de política interior, que está siendo particularmente virulento en este año electoral. Para los comunistas y sus aliados, que ven cómo la balanza política se inclina a su favor, la enérgica toma de posición de Yeltsin en contra de la guerra no borra, sin embargo, los errores que ha cometido a la hora de gestionar el país. Ha sido él quien ha destruido la economía y el ejército a la vez, permitiendo así que los norteamericanos humillen a Rusia. "Le invitamos a que se vaya voluntariamente, y si no lo hace, pediremos a la Duma que vote su destitución el 15 de abril", ha declarado el dirigente comunista Guennadi Ziugánov. Los nacionalistas de Vladímir Zirinovski denunciaron a continuación a estos "rojos" que quieren, una vez más, socavar la autoridad del comandante en jefe del Ejército en medio de una grave crisis internacional. Después, pidieron el envío de un cuerpo de voluntarios rusos a Serbia, como el que en 1876 luchó contra los turcos. Por último, unos y otros han exigido que Rusia ponga fin al embargo contra Yugoslavia para poder enviar armas. Para evitar tener que ir demasiado lejos demasiado deprisa, Ígor Ivanov ha replicado que la resolución 1160 de la ONU, que imponía el embargo, había quedado sin efecto, desde el momento en que tres miembros permanentes del Consejo de Seguridad (EE UU, Francia y Reino Unido) habían decidido tomar parte en la guerra. Pero Rusia, por ahora, sólo enviará ayuda humanitaria. Los diputados han acabado votando, casi por unanimidad (366 votos contra 4), una resolución de tono muy violento, pero que no preconiza ninguna acción concreta. En realidad, Rusia se está tomando su tiempo y se limita a servirse con moderación de las instituciones de la ONU, porque sabe que no tiene ninguna posibilidad de imponer nada en el Consejo de Seguridad.

El prudente estratega de toda esta política es, sin lugar a dudas, Yevgueni Primakov. En cuanto regresó de su visita fallida a Washington, aceptó hacer declaraciones en el programa Héroe del día. "Rusia no debe aislarse del resto del mundo, y menos todavía de Europa", afirmó de entrada. El canciller alemán, Gerhard Schröder, acababa precisamente de llamarle por teléfono para abogar por un fortalecimiento de los lazos entre la UE y Rusia. Primakov aprovechó la ocasión para recordar que la agresión a Yugoslavia no era sólo impopular en Europa, sino también, en cierto modo, en EE UU. El Ejército ruso no es un "tigre de papel" y en lo que a armas punta se refiere, no va a la zaga de nadie, añadió, para consolar un poco a los telespectadores. Pero no tenía en mente poner en estado de alerta a las fuerzas de intervención rápida, ni colocar misiles nucleares en Bielorrusia y Ucrania, como había solicitado el Parlamento ucraniano. Cuando se le preguntó a continuación por sus negociaciones con Michel Camdessus, presidente ejecutivo del FMI, que en esos momentos llegaba precisamente a Moscú, Primakov se mostró muy optimista. No veía de qué modo la guerra de Yugoslavia podía interferir en sus negociaciones financieras. Esta puntualización resuelve muchas dudas sobre cuáles son las auténticas prioridades de Moscú en este asunto.

La tranquilidad, casi se podría decir el buen humor, de Primakov se explican, sin duda, por su convicción de que los mismos norteamericanos, que no han querido tener en cuenta sus opiniones, acabarán por tener que recurrir a él para salir del atolladero yugoslavo. Rusia es el único país que se puede hacer escuchar todavía en Belgrado. Podría convencer a Slobodan Milosevic para que aceptara una fuerza de interposición en Kosovo, compuesta no ya por tropas de la OTAN a las órdenes de EE UU -a lo que Belgrado se opone-, sino por europeos, con una fuerte participación de rusos y ucranianos. Parece que, en su primer encuentro con Milosevic, Primakov ha propuesto a los yugoslavos que retiren sus tropas de Kosovo y sean momentáneamente sustituidas por contingentes rusos, lo que permitiría el cese el fuego y la vuelta de los refugiados albaneses. Si logra convencer a Milosevic de que tenga un gesto que permita reanudar las negociaciones, su revancha no será pequeña.

K. S. Karol es periodista francés, experto en asuntos del Este de Europa

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