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Entre la culpa y el perdón

El próximo 1 de abril se cumplen 60 años de la finalización de la guerra civil. Y, por consiguiente, de la definitiva instauración del régimen dictatorial del generalísimo Franco, un régimen que subsistió hasta la muerte del Caudillo en 1975 y que no empezó a ser definitivamente liquidado hasta 1977, año en que vivimos la proclamación de una amnistía general, la legalización del PCE, las elecciones a Cortes constituyentes, los pactos de La Moncloa y la concesión de regímenes preautonómicos a Cataluña y el País Vasco. Casi 40 años de oprobio quedaron entonces atrás, con la creación de un marco constitucional que permitía afrontar democráticamente las viejas cuestiones que estuvieron en el origen de la guerra de España y que Franco había tratado simplemente de ahogar con la fuerza de la armas: los desequilibrios sociales, la pluralidad nacional del Estado, la primacía del poder civil por encima del militar, y la separación de Iglesia y Estado. El paso de la dictadura a la democracia comportó una liquidación efectiva del franquismo (sólo hubo un intento esperpéntico de marcha atrás, el 23 de febrero de 1981), simultaneada sin embargo con una continuidad de los aparatos del Estado, singularmente de las fuerzas armadas y policiales. Por ello, uno de los aspectos centrales de la transición española -una transición que ha sido puesta desde entonces como ejemplo para muchos regímenes dictatoriales que deben afrontar una evolución hacia la democracia- fue el deliberado olvido de los crímenes del franquismo y la decisión de no pedir responsabilidades por ellos (de hecho, se amnistió a quienes habían sido represaliados por su oposición a Franco, sin que en ningún momento pidieran perdón quienes les habían reprimido). No sé si esta voluntaria amnesia constituye un caso único, pero, en todo caso, ¿estamos tan seguros de su ejemplaridad? Hace poco, en una conversación publicada en este mismo periódico, Timothy Garton Ash, un profesor de Oxford experto en la historia reciente de Alemania y la Europa central, señalaba: "Uno de los grandes debates de los años noventa ha sido la forma de afrontar el pasado. Por un lado está el modelo alemán, de enfrentarse al pasado de todas las formas posibles, apertura total de las fichas, investigación exhaustiva, comisiones parlamentarias, juicios. Por otro lado está el modelo español, de la transición del franquismo a la democracia, bajo el lema de el pasado es el pasado y hay que dejarlo reposar". Garton Ash añade que en Polonia los miembros de Solidaridad aplicaron el modelo español y que, en su opinión, "no ha funcionado. Creo que España es precisamente la excepción que confirma la regla. Y creo que la regla es que si no se enfrenta una sociedad al pasado y a la herencia de una dictadura de una forma sistemática y controlada legalmente, siempre volverá el fantasma del pasado": como ocurre en Alemania con el nazismo, en Francia con Vichy o en Chile con Pinochet. Es muy posible que en el caso español la dificultad de enfrentarse al pasado provenga de la voluntad compartida de dejar atrás para siempre la guerra civil que, en su conjunto, arrojó centenares de miles de muertos (¿600.000?), el exilio de muchos otros miles, el silencio forzoso de tantísimos. Pero aunque el franquismo no se

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