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Berlín, expectativas y realidades

Joaquín Estefanía

Durante las largas negociaciones de la Agenda 2000, el Gobierno español ha tenido que confrontarse no sólo con los intereses concretos de sus socios en la Unión Europea (algunos de ellos incompatibles entre sí), sino con algo más intangible y, por tanto, más difícil de medir: el fantasma de Felipe González que, en trance de conseguir el Fondo de Cohesión en la cumbre de Edimburgo, fue acusado de "pedigüeño" por su sucesor, José María Aznar. Todo el mundo sabía que el presidente del Gobierno no podía volver a España con una reducción muy sustantiva del monto de tal fondo, y mucho menos con su eliminación. La batalla de la madrugada del jueves al viernes no fue, por tanto, sólo entre Schröder y Aznar, sino entre Aznar y González. No es de extrañar que el peculiar concepto de pedigüeño se le volviera otra vez a Aznar en contra, como ya le sucedió en los debates televisivos previos a las elecciones generales de 1993. Tampoco lo es que, clausurada la reunión de Berlín, la tensión se trasladase a ganar la batalla de la imagen ante los ciudadanos. Perderla, en una semana en que su intervención pública sobre la guerra de Yugoslavia no ha sido precisamente afortunada, hubiera sido muy negativo para el Gobierno.En la política, como en la economía, cotizan mucho más las expectativas que las realidades. Analizar con una metodología homologada los resultados para nuestro país de la discusión de los jefes de Gobierno y de Estado necesitará tiempo y un consenso tan difícil de conseguir como la propia negociación. El único acuerdo ha sido hasta ahora el de admitir que España mejoró las posiciones de partida con las que arrancó, pero obtuvo mucho menos de lo que reclamaba. El Gobierno resaltó que se había logrado lo "razonable" y que si Edimburgo supuso la creación de la política de cohesión, Berlín es el momento de la consolidación de esta política central en la UE. Los socialistas, por el contrario, subrayaron las pérdidas de fondos procedentes de la UE, y las evaluaron en 200.000 millones de pesetas al año. El debate parlamentario sobre este asunto será estimulante para medir la dialéctica entre el Ejecutivo y la oposición.

Si nos separamos de los intereses españoles y evaluamos la cumbre de Berlín a la luz del proyecto europeo, no se puede ser muy optimista. Por oportunidad: la imagen de los dirigentes europeos peleando por la intendencia mientras los aviones de la OTAN bombardeaban Yugoslavia no es edificante. Una vez más lo urgente ha vencido a lo importante. Por otra parte, las palabras del luxemburgués Jean-Claude Juncker resumen mejor que nada lo sucedido: "En esta cumbre sólo hay vencedores nacionales y una víctima europea". ¿Tiene gas la UE para pasar de la unidad monetaria a la unidad económica y política? ¿Puede abordar con garantías de éxito la ampliación al Este?

Hay un punto de lo aprobado en Berlín que no ha sido suficientemente destacado. Para que los países del euro que se benefician del Fondo de Cohesión puedan seguir haciéndolo habrán de cumplir el criterio de convergencia de la cuentas públicas: un déficit público máximo del 3% del PIB, tendiendo a la baja. El castigo es la retirada del dinero del Fondo, que decidirá una mayoría cualificada. Mal asunto si se produce una recesión.

Hablando de la convergencia, España se aleja de sus socios en relación con el criterio de inflación. El índice de precios al consumo armonizado de España creció en febrero el 1,8% en términos interanuales (frente al 1,5% de enero), mientras que en la eurozona se mantuvo estable, por cuarto mes consecutivo, en el 0,8%. Lo que indica que, al menos de modo coyuntural, España no cumple con las condiciones de Maastricht. Consta que ello preocupa al Ministerio de Economía, aunque el vicepresidente del Gobierno Álvarez Cascos camine en otra onda; el fin de semana pasado declaró que España es en la actualidad el país más respetado de la UE, y su economía, la locomotora de Europa, puesto que registra unos niveles de crecimiento que sólo se pueden comparar a los de Estados Unidos.

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