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Las opciones de la OTAN

La falta de decisión colectiva de la OTAN en Kosovo ha acabado reduciendo sus opciones a dos, ninguna de ellas atractiva: apoyar a los kosovares o mantenerse al margen.Los razonamientos que justificaban una intervención terminaron siendo confusos. Uno era defender un nuevo orden balcánico, o restaurar el antiguo, en contra de la voluntad de Serbia. Este esquema tuvo un éxito relativo en Bosnia, pero hasta el momento ha fracasado en Kosovo. El otro era humanitario: detener el terror y el asesinato de civiles. Si la OTAN hubiera optado por intervenir contra el Gobierno serbio y sus fuerzas policiales y militares cuando se inició la nueva campaña para castigar a los albanokosovares, hace más de un año, podría haber provocado una sacudida constructiva entre la población y las autoridades serbias, y haber abierto el camino hacia un compromiso negociado.

Pero ahora el pueblo serbio está movilizado contra lo que considera una agresión por parte de las potencias de la OTAN, empeñadas en dividir a la Serbia histórica. Y el ejército serbio ha tenido tiempo de sobra para prepararse contra los ataques aéreos. La población sabe lo que le espera. Según un informe procedente de Pristina, donde cuatro policías serbios fueron asesinados en la noche del domingo pasado, los ciudadanos suficientemente acaudalados como para permitírselo, tanto albaneses como serbios, se han marchado al extranjero para pasar unas vacaciones improvisadas. Entre los que se han quedado hay una estudiante universitaria con un novio policía. La matanza del domingo "fue el comienzo del terrorismo en Pristina", dice. "Si vuelve a suceder, podría pasar lo peor. La gente está enloquecida, bajo tensión, llena de odio... En Kosovo se vive el inicio de los horrores...".

La causa inmediata de esta violencia es la campaña del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) para conseguir la independencia de la región. Ello constituye una de las razones por las que la OTAN no ha querido "convertirse en la fuerza aérea del ELK".

La causa última de la lucha es el fracaso de la resistencia no violenta de los albanokosovares para recuperar la autonomía que, hace una década, les fue arrebatada inconstitucionalmente por el Gobierno de Milosevic. Ese fracaso, y el odio étnico avivado por las autoridades serbias, empujó a los jóvenes kosovares a recurrir a la resistencia armada.

Los reparos de la OTAN en convertirse en la fuerza aérea del ELK han originado una situación que ahora lleva a algunos a pensar que debería convertirse en el ejército regular del ELK. The New York Times informa que "los aliados podrían todavía verse obligados a decidir si sus previstos 28.000 efectivos de mantenimiento de la paz deberían, o no, luchar para abrirse camino hasta Kosovo desde Macedonia y forzar a los serbios a aceptar la paz".

El ELK es un movimiento con distintas corrientes y un liderazgo poco claro, en cuyas filas militan revolucionarios sociales, nacionalistas radicales e irredentos albaneses. Desde luego, nadie en la Casa Blanca o en el cuartel general de la OTAN tiene demasiados conocimientos fidedignos sobre él. Sin embargo, Estados Unidos dice que está planteándose la posibilidad de suministrar armas y entrenar a la guerrilla albanesa.

Dada la escasez de opciones disponibles, éste podría ser el curso razonable, e incluso obligado. Es mejor que una invasión de Serbia por parte de la OTAN.

El derecho de Kosovo a la independencia nacional está sólidamente fundado. La limitada Federación Yugoslava que preside Slobodan Milosevic no está internacionalmente reconocida como el Estado sucesor de la antigua Yugoslavia, a la que Kosovo pertenecía legalmente. De los ocho componentes de la antigua Yugoslavia, cuatro han proclamado ya su independencia, la han ratificado mediante referéndum, han sido reconocidos internacionalmente y admitidos como miembros en Naciones Unidas: Eslovenia, Croacia, Bosnia y Macedonia. A Kosovo se le ha impedido hacer lo mismo.

Desde un punto de vista legal, Serbia ha usurpado la autonomía que la Constitución de 1974 de la antigua Yugoslavia concedió a Kosovo. Como respuesta, los albanokosovares proclamaron su propia república y la ratificaron mediante referéndum en 1991.

Desde entonces, esta república se ha visto obligada a funcionar de forma clandestina, pero ha llegado a celebrar elecciones, ha creado bajo cuerda colegios -y una universidad- y está en su perfecto derecho de reclamar el reconocimiento internacional. Las potencias occidentales han preferido ignorarla por miedo a que dicho reconocimiento no sólo provocara el rechazo de los serbios, sino que tuviera además consecuencias desestabilizadoras para la región.

Esa política ya no es aceptable. La independencia de Kosovo difícilmente puede ser más desestabilizadora que lo que ha estado ocurriendo hasta que la OTAN tomó, el pasado martes, la decisión de atacar a las fuerzas serbias. Washington, las capitales europeas y la OTAN han estado alternando unas amenazas de bombardeos aparentemente vacías con unos planes inalcanzables para mantener a Kosovo a la vez dentro de Serbia (a fin de tranquilizar a los serbios y bloquear la posibilidad de una Gran Albania) y fuera de ella (a fin de calmar a los albanokosovares).

En Kosovo se desarrolla una guerra por la independencia. La OTAN tenía dos opciones: apoyar la independencia -convirtiéndose en la fuerza aérea del ELK, y suministrando armas y adiestramiento a la guerrilla para influir en su evolución política y consiguiente papel en la región- o mantenerse al margen y dejar que la guerra siguiera su curso, con la posibilidad de aportar alguna ayuda humanitaria para mitigar el dolor.

No está claro que la que se haya tomado sea la primera decisión. Los ataques contra las fuerzas serbias no implican necesariamente la promesa de una política para establecer la independencia kosovar. Siguen siendo un intento de establecer ese compromiso insostenible entre los intereses serbios y kosovares que la diplomacia por sí sola no pudo obtener. Da la impresión de que es demasiado tarde para ello.

William Pfaff es analista estadounidense de Política Internacional. © Los Angeles Times Syndicate.

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