Las dos caras de la misma guerra
Historia del miliciano que nunca vio a Robert Capa ni supo que lo había retratado
Milicianos en el monte de Sollube, cercado por los nacionales. 7 de mayo. Felipe Francés escribió a este periódico y al Museo Reina Sofía para informar de que el miliciano de la foto era él, y no se encontraba en el monte Sollube, sino en El Escorial. Pero los equívocos no terminan ahí. Si se mira atentamente la imagen de Capa, se aprecia que a los pies del soldado yace una persona -¿herida quizá?- boca abajo en una camilla. La cara del miliciano cercado por los nacionales parece abatida, reflexiva, tal vez compungida.Pues bien: ni lo uno ni lo otro. Felipe Francés estaba durmiendo. Y no se encontraba cercado por nadie, ni tampoco en El Escorial se había escuchado ni un tiro por aquella época de la guerra. Felipe Francés Ferre, miliciano de la 14ª unidad de las Brigadas Internacionales, después soldado motorista y más tarde secretario particular del coronel de la zona, Antonio García Cánovas, se había dado un paseo por los bosques de El Escorial, a muchos kilómetros del frente, para buscar setas. "Había un silencio monacal en aquellos bosques", recuerda. "Llegué andando desde la ubicación de mi unidad, un chalet abandonado por los dueños. Y recuerdo perfectamente que me eché en aquel árbol. Lo que no sospechaba yo era que me habían fotografiado dormido".
Fue el hijo de Felipe, Juan Francés Alart, de 52 años, industrial de profesión, quien reconoció al padre en la foto de este periódico. "Y soy yo, claro que soy yo. Da la casualidad de que durante aquellos días en que yo trabajaba de secretario me hice una foto escribiendo a máquina en la que tengo también la misma postura de la cabeza".
Lo que no se explica Felipe es de dónde salió esa camilla con esa persona tendida boca abajo. "En El Escorial, por aquella época de 1937, las mañanas discurrían lentas. Y por las tardes íbamos o a coger setas o al cine o al teatro. Comíamos muy bien y dormíamos mejor aún. En el pueblo de El Escorial se hablaba y es que resonaba la voz, no había apenas población civil. El frente más cercano podría estar en Navacerrada o en Guadarrama, aunque de eso no estoy seguro".
¿Cómo explicar aquella camilla y aquella persona tumbada? "Pues ni idea", señala Francés. "Como no sea que los de la Cruz Roja estuviesen haciendo prácticas por allí, no me lo explico o no tengo conciencia".
El silbido de la tragedia empezó para Felipe después de aquellos días de sosiego. "Una tarde me ofrecí de motorista y dejé mi batallón de las Brigadas Internacionales. Esa misma noche, a mi compañía de la brigada, que eran unos setenta, los mandaron al frente, no sé si en Navacerrada. El caso es que a la mañana siguiente, cuando fui a visitarlos, había fallecido el ochenta por ciento. Me salvé por los pelos". Tras cinco meses de estancia en El Escorial, lo enviaron al frente de Caspe, en Aragón. "Fuimos en un camión descubierto, bajando por Valencia y Castellón. Cuando pasaba el camión por mi casa, en Mislata , vi la luz encendida. Toqué en la cabina para decir que tenía que hacer una necesidad, paró y entonces entré en mi casa, que tenía la puerta abierta, y en el comedor de la planta baja estaban mi padre y mi madre, que hacía unos dos años que no me veían. Los abracé y les dije adiós". Horas después, en el frente de Caspe, escuchó Felipe los primeros tiros de la guerra. "Pero tuve suerte, porque la misma noche en que llegamos me hirieron. Fue apenas un rasguño cerca del ojo. Entonces nos refugiamos unos diez o doce en una cueva. Y el Tercio de Montejurra se apoderó de la posición que ocupábamos nosotros. Los del bando nacional nos metieron en un tren y fui hasta llegar a la prisión de la Merced, en Pamplona, que era el seminario viejo. Éramos siete mil. Por orden alfabético nos fueron llamando para hacernos un test y dividirnos entre afectos al régimen, dudosos o rojos".
Felipe Francés, que se considera hombre de derechas, alegó que a él lo reclutaron por su quinta para cumplir el servicio y lo alistaron con las Brigadas Internacionales. "Pude saber que don Mariano Puig Dollers era el jefe nacional de asuntos eclesiásticos del Ministerio de Justicia. Le escribí que necesitaba que me avalara, ya que don Mariano era del Partido Tradicionalista de Valencia, los antiguos carlistas, y mi padre también pertenecía a ese partido. Y me acordé de varios amigos de mi padre, Guillermo Peiró y Rafael Forcada".
Entre todos le ayudaron, con dinero y avales, para salir del campo de concentración sin necesidad de pasar el examen. Quedaba listo entonces para decidir su futuro. "A los afectos al régimen nos permitieron elegir cuerpo. Y entonces yo me vine a la bandera valenciana con el carnet de falangista que me acababan de hacer".
En el frente de Vinaroz (Castellón), le hirieron en un brazo y pasó por nueve hospitales hasta que lo internaron en el de Castro Urdiales (Cantabria). Al acabar la contienda le concedieron la cruz roja del Mérito militar, la cruz de guerra y la medalla de la Campaña. "Me lo concedieron no por actos heroicos, sino por el tiempo de hospitalización".
Con los primeros vientos de paz decidió hacerse cargo de la fábrica de juguetes del padre. Y así ha podido conocer a sus dos hijos, sus cinco nietos, su biznieta y ha podido conocer la obra de Robert Capa, de quien no había oído hablar hasta ahora.
Babelia
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