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El comandante y el general, en la memoria

Emilio Lamo de Espinosa

Hay generaciones, la mayoría, que no saben que lo son. No es el caso de la mía, que parece haber sido hecha para ejemplarizar la teoría de las generaciones. Desde bien pronto supo que había algo nuevo, que estaba aportando colectivamente una esperanza, una ilusión, y que lo hacía de modo colectivo, en Europa, en Estados Unidos, en América Latina. No fue mérito suyo, sino azar de los tiempos. La marcó el 68, la visión de los tanques soviéticos en Praga, los adoquines de París, los bombardeos con napalm en Vietnam. Más aún la matanza de Tlatelolco, envuelta en un misterio todavía no del todo resuelto. Ello acompañado del descubrimiento de la música rock, los primeros contactos mágicos con el cannabis y, por supuesto, la libertad sexual. Muchos experimentaron con sus vidas, con drogas o con sexo, y no pocos se perdieron en arriesgadas aventuras de las que, sin embargo, salió una nueva forma de libertad personal que hoy todos damos por descontada. Y en aquel mundo que había roto con las rutinas y el orden cotidiano, casi inventando a diario la vida, y que se alzaba por tanto como experiencia primordial, brotaron algunos puntos de referencia fuertes que pasaron a ser núcleos duros de una identidad, parte inseparable de esa generación.Uno de esos fue la revolución cubana, los barbudos, Castro y el Che, Sierra Maestra. Era la gran esperanza ya en marcha cuando, con el 68, se reavivó la utopía de una fraternidad universal. Tenía todo el sabor y el color de la dignidad humana, el heroísmo y la valentía, pero además era hermoso. Razón, ética y estética unidas en un proyecto que parecía triunfar. La otra experiencia, esta vez emblema negativo, fue Pinochet arrasando brutalmente esa misma ilusión de fraternidad, el suicidio/asesinato del presidente Allende, la espeluznante represión posterior. Sin razón ni legitimidad alguna, con una moral de hienas y la fealdad arquetípica del general con sus uniformes de cartón piedra y las gafas negras de quien no se atreve a mirar a los hombres. Una referencia positiva y otra negativa, el modelo y el contramodelo, que penetró hasta el subconsciente y se imprimió a fuego en el corazón.

Por ello es tan difícil, no ya perdonar a uno o condenar al otro -pues palabras rotundas como "perdón" o "condena" no aciertan bien a expresar los matices-, pero sí desdramatizar a ambos, secularizarlos para dejar de ver al ángel o al demonio, el bien y el mal, claroscuro en maniqueo. Verlos no desde el recuerdo sino desde el presente, con los ojos de la realidad y no los del sueño o la pesadilla. Pues reconocer, no ya el fracaso de la revolución cubana -todas las verdaderas utopías acaban en fracaso y de ahí su hermosura- sino el fracaso de Fidel, que supedita cruelmente su permanencia al bienestar y la libertad de su pueblo, es reconocer que el resultado actual estaba escrito con letras ocultas en aquellas mismas fotos de la entrada en La Habana. Castro sigue siendo bien recibido porque no se puede renegar de uno mismo.

¿Y cómo aceptar al tirano, el asesino? No sé si su pueblo lo ha perdonado pero no menos de una tercera parte le vota. Chile no quiere olvidar y quizás ni siquiera perdonar, pero sí desea vivir volcado hacia adelante y no hacia el pasado. Pero para esta generación es difícil hacerlo, pues es también reconocer que tampoco en esa hora toda la razón estaba de una parte, incluso cuando ésta parecía brillar más fuerte en el claroscuro de la violencia. De modo que entre el comandante y el general, saltando del sueño a la pesadilla, cuesta despertar de los recuerdos para poner los pies en el suelo y descubrir entonces que, al final de los años, ambos se parecen cada día más, que el joven estudiante rebelde Fidel aparece hoy perpetuamente revestido con los atuendos del mando militar mientras el viejo mando militar ansía ser aceptado como representante civil de su pueblo, pues uno caminó desde la libertad a la dictadura en la que hoy se encuentra y el otro tuvo que iniciar el camino inverso. Ironías del destino que nos envuelven en la memoria enturbiando el juicio.

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