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Tribuna:LA MUERTE DEL ESCRITOR FELIPE ALFAU
Tribuna
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Adiós a un precursor

Felipe Alfau se fue de la misma manera en que vivió: en un silencio casi sepulcral. Su muerte, ignorada por la prensa y el ámbito literario, ocurrió el 18 de febrero en el asilo de ancianos de Queens, Nueva York, donde pasó casi dos décadas. No nos habíamos visto desde principios de los noventa. Pero me había acostumbrado a su silencio, que era casi una profesión de fe: en boca cerrada no entran moscas, solía decir. Así que dejé pasar el tiempo, al igual que el resto del mundo. No fue sino hasta que un sueño premonitorio me hizo llamar por teléfono desde Londres. Una trabajadora de la institución me dio la noticia.Había nacido en 1902. Su padre era abogado y viajaba con frecuencia al Caribe y Filipinas. Se educó en Gernika. En 1916, la familia emigró a Nueva York. Su trayectoria me hace pensar en Kafka y Bruno Schulz: en su juventud, Alfau tomó algunos cursos en la Columbia University, pero jamás se graduó.

Escribió crítica musical, pero sobre todo trabajó como traductor para un banco, en el anonimato absoluto. Nunca quiso ser escritor. Su sueño era la composición sinfónica. Supo cuál sería su destino a finales de la década de los veinte y sólo de manera indirecta, al decidirse a abandonar su español y aprender el inglés. Lo hizo, me dijo, de manera mecánica.

Es en la lengua de Shakespeare donde construiría su propia efigie e incluso reflexionaría sobre el juego de máscaras que es el translingualismo. Sin prisa, sin ambición, comenzó a escribir su novela capital, Locos: a comedy of gestures. Muy pocos libros tienen una trayectoria similar. Su estética, su ironía, anuncia el arte de Borges, Pirandello e Italo Calvino, aunque ni el argentino ni los italianos la leyeron. Al terminarla, en 1928, Alfau intentó venderla pero sin éxito. La guardó hasta que en 1936 la editorial Farrar&Reinheart la lanzó al mercado. Pasó sin pena ni gloria, con la excepción de una nota laudatoria de Mary McCarthy en The Nation.

No fue hasta 1988 cuando una pequeña editorial de Illinois, Dalkey Archive Press, la redescubrió. De pronto, un libro sin lectores se convirtió en una industria: estudios, traducciones (incluyendo una al castellano, aparecida en Seix Barral y Planeta en México), aplausos.

Ante el alboroto, Alfau no sintió sino vergüenza y fatalismo. Pero su reserva no le impidió darle a Dalkey Archive Press otro libro más, terminado pero jamás publicado, de talla menor: Chromos, que, al aparecer en 1990, fue candidato al National Book Award. Además, Alfau nos dejó un libro de cuentos para niños, Old tales from Spain, que Carmen Martín Gaite tradujo al español para la editorial Siruela.

Yo lo conocí cuando un amigo mutuo, Steve Moore, nos presentó en Queens. Durante nuestro segundo encuentro, Alfau me regaló una edición original de Locos y me dio un poemario suyo titulado La poesía cursi, y me pidió que lo tradujera. Salió en formato bilingüe en 1992. Hay loas y sonetos que recuerdan el modernismo de Manuel Gutiérrez Nájera, Julián del Casal, Martí y Darío. Pero el carácter de avestruz de Alfau es patente porque -y yo lo comprobé en nuestras largas conversaciones- jamás leyó a ningún latinoamericano. De cualquier modo, el talento lírico de Alfau es mínimo en comparación con su asombroso genio narrativo. Supongo que no será únicamente como proto-postmodernista que este español exiliado -o este neoyorquino hispanizante- será recordado, sino también como precursor de la nueva ola de narrativa latina en Estados Unidos. Al fin y al cabo, la primera novela escrita en inglés por un chicano, Pocho, de José Antonio Villarreal, es de 1959, tres décadas posterior a la redacción de Locos.

Pero a Alfau la idea de pertenecer a este grupo ("grupúsculo", decía, en tono unamuniano) lo incomodaba. Su visión del mundo quedó congelada en los treinta, en su pasión por Franco. Juraba que Gernika jamás fue destruida y que Picasso inventó la tragedia para atraer publicidad. Era un antisemita de carrera, y pensaba, asimismo, que la cultura hispánica se había diluido -o quizá la palabra apropiada es "prostituido"- en América Latina y que los inmigrantes africanos en Nueva York, en especial los del Caribe, debían volver a la selva lo antes posible.

Pero sus ideas políticas no empañan la grandeza de Locos, la mejor novela escrita por un hispano en inglés que conozco.

Ilan Stavans, escritor mexicano, es autor de La condición hispánica

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