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Tribuna
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Hijos de la censura

Por razones confesionales, tuve que convivir muchos años con la censura editorial. Semana tras semana, me veía obligado a negociar en Madrid para salvar supresiones absurdas o inventar lenguajes elípticos para decir lo que queríamos sin que se notara. Uno de mis primeros trabajos editoriales consistió en sustituir la palabra Lenin, anatematizada, por Íllich Uliánov, que al censor debía devsonarle a inocuo bailarín ruso. En mayo de 1966, Fraga promulgó su Ley de Prensa e Imprenta: a los dos años sabíamos que las primaveras de Praga y de Fraga, atisbos de libertad, caerían bajo los tanques soviéticos o bajo la masacre censoria. Manuel L. Abellán, nacido en la Barceloneta y catedrático en Amsterdam, preside la asociación europea de lucha contra la censura: su peculiar visión, desde tal óptica, de la historia cultural española es espeluznante. Y en el mismo camino, la profesora María Josep Gallofré nos ayuda a desentrañar los efectos de la censura sobre la cultura catalana bajo el franquismo: cuando uno compara lo que fue y lo que hubiese podido ser, le entran ganas de llorar de impotencia. Por su parte, Georgina Cisquella, José Luis Erviti y José A. Sorolla publicaron, bajo el sello de los 23 editores españoles más perseguidos por la censura, el libro: Diez años de represión cultural. La censura de libros durante la ley de prensa (1966-1976). El artículo 20 de la Constitución Española de 1978 nos abrió los ojos a la esperanza. Pero pronto nos dimos cuenta de que la censura persistía. Y así, en el II Congrés de Periodistes Catalans, a finales de 1992, tuvimos que elaborar una ponencia sobre otros tipos de censura realmente existentes: desde la autocensura hasta la censura de empresa. Somos hijos de aquella voluntad censoria a la que alude Jordi Bilbey en un libro sorprendente: Brevíssima relació de la destrucció de la història. La falsificació de la descoberta catalana d"Amèrica, en el que atribuye a la censura de antaño el tópico universal de un Colón genovés que descubre América gracias a la generosidad de Isabel, reina de Castilla, lo cual explicaría que fuese Castilla, y no Aragón, la beneficiaria del Descubrimiento. Sobre la mesa, un caso más local, y tal vez más patético, de censura política: el Consejo Comarcal del Baix Llobregat, con la ayuda de la Diputación, la Universidad de Barcelona y la Fundación Utopía, edita una colección pedagógica bajo el título genérico: Descobrim el Baix Llobregat. El número 4, dedicado a El moviment obrer (1939-1978), le fue encargado a Carmen García-Nieto, catedrática de Historia de la Universidad Complutense de Madrid, hermana del sociólogo jesuita Juan García-Nieto y presidenta, hasta su muerte reciente, de la Fundación Utopía. El doble libro, relato histórico y cuaderno adjunto, que contiene propuestas pedagógicas, fue editado ya en el mes de mayo de 1998. Pero los responsables del Consejo Comarcal han secuestrado la edición porque alegan que el relato de Carmen García-Nieto, que en el momento de su muerte recopilaba testimonios de historia oral entre los y las dirigentes de la clase obrera en el Baix Llobregat, es parcial y tendencioso. Es decir: en una práctica lamentable de estalinismo cultural -la cultura subordinada a la propaganda política- un consejo comarcal ejerce la censura e impide que circule lo ya editado. Propone, como transacción, que un personaje, con muchos intereses en el asunto, redacte un prólogo en el que se maticen las afirmaciones del doble libro. Todo ello ocurre durante la celebración del 50º aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, referencia que siempre invocábamos cuando queríamos luchar contra la censura... en tiempos de Franco.

Ignasi Riera es escritor y diputado en el Parlament por IC-V.

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