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Los satélites de los nuevos teléfonos móviles agravarán los riesgos de la chatarra espacial

61 países aprueban en la ONU un plan para frenar la acumulación de desechos

Javier Sampedro

ENVIADO ESPECIALEl efecto mariposa en versión cósmica consiste en que un ejecutivo utilice su teléfono móvil en una calle de Londres y el espacio exterior se llene de chatarra orbital. Los 8.500 objetos de más de 10 centímetros que pueblan actualmente los alrededores de la Tierra se incrementarán en los próximos años debido, entre otras cosas, al enjambre de nuevos satélites que requerirá la última generación de teléfonos móviles. Los expertos de 61 países reunidos por las Naciones Unidas en Viena aprobaron ayer por consenso un plan de acción concebido con la esperanza de frenar la acumulación de desechos en el espacio que rodea al planeta.

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Los teléfonos móviles no conectan ahora directamente con un satélite, sino con repetidores y con una estación terrestre, que es la que luego manda la señal al espacio. En estas condiciones, dar cobertura a todo el mundo es posible con unos pocos satélites en órbita baja (inferior a los 600 kilómetros). Pero en los sistemas de la nueva generación, como el que está poniendo en marcha la firma Iridium, se evita el intermediario terrestre y cada teléfono emite (y recibe) su señal directamente al espacio.Esto es más barato y eficiente que construir una red de repetidores terrestres, pero cada empresa que ofrezca ese servicio con cobertura global necesitará poner en órbita baja unos 70 satélites. Con 4 o 5 de esas redes ya se duplicaría el número actual de satélites en órbita baja. El problema no acaba ahí. Las empresas de telefonía necesitan ahorrar costes como sea para ofrecer precios competitivos a sus usuarios.

Los lanzamientos de satélites se hacen ya con el mínimo imprescindible de medios técnicos. En estas órbitas bajas, el rozamiento contra la atmósfera y las irregularidades que imprimen a la trayectoria la imperfecta esfericidad de la Tierra y la gravedad de la Luna hacen que los satélites no superen los dos años de vida útil: su órbita se va degradando y el aparato inicia una lenta caída hacia la atmósfera densa, donde se acabará desintegrando.

Esto plantea dos problemas. El primero es que cada dos años hay que reponer los 70 satélites para restaurar la red. El segundo es que la caída hacia la Tierra es más lenta y sucia de lo que suele suponerse: un satélite ya inútil puede tardar decenas de años en caer, y un fragmento pequeño puede tardar siglos. Y la desintegración no es instantánea, sino que inicialmente puede esparcir piezas y fragmentos, agravando así la situación de la chatarra.

Los astrónomos José María Quintana, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y Álvaro Giménez, del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), delegados españoles en Viena, explican que no sólo las multinacionales occidentales de telecomunicaciones se pondrán en breve a sembrar el espacio de objetos. Es previsible que los países en vías de desarrollo también lo hagan.

Con la tecnología actual, es casi inconcebible que un país como China decida resolver sus deficientes comunicaciones mediante el carísimo y penoso cableado de su territorio, ni siquiera con redes de repetidores para telefonía móvil convencional. Lo más probable es que recurran a la nueva generación de teléfonos móviles, una solución barata, pero contaminante del espacio.

Por el momento, de los 8.500 objetos catalogados que tienen más de 10 centímetros, unos 600 son satélites en activo. El resto -y también la infinidad de residuos con menos de 10 centímetros, de difícil o imposible catalogación- consiste en una constelación de restos de fuselaje, tornillería y pintura de recubrimiento, procedentes sobre todo de las explosiones ocasionales que sufren las "etapas" o "fases" que los cohetes descartan en el curso de su ascenso, cuyo objetivo suele ser precisamente poner satélites en órbita.

En su informe, aprobado ayer en Viena, los expertos de la Subcomisión de Asuntos Científicos y Técnicos de la ONU descartaron la viabilidad de cualquier intento de limpiar esa chatarra orbital. La "aspiradora espacial" no existe, ni existirá en el futuro previsible. Pero de seguir al ritmo actual, y si los países no imprimen mejoras técnicas y restricciones a sus lanzamientos, el número de objetos en órbita crecerá exponencialmente en los próximos años y décadas.

Según los modelos matemáticos elaborados por la subcomisión, que incluyen los desechos de los satélites para telefonía móvil, los objetos mayores de un centímetro se habrán triplicado dentro de 100 años, y multiplicado por 150 dentro de 200 años en las proximidades del planeta.

Dejar en órbita esa herencia a las próximas generaciones puede considerarse una negligencia tan grave como envenenar los océanos o deforestar los continentes. Además, el impacto de estos objetos contra los satélites en uso y contra las naves supone un peligro real del que ya hay evidencias. El informe aprobado ayer recomienda a los países una serie de mejoras en los lanzamientos destinadas a reducir las explosiones accidentales, principal fuente actual de chatarra de pequeño tamaño, la más peligrosa debido a la dificultad de detectarla.

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