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Una órbita de oro a 36.000 kilómetros de la Tierra

Javier Sampedro

¿Puede una circunferencia a más de 36.000 kilómetros de la Tierra dar lugar a conflictos de territorialidad? Sí. La razón es que esa circunferencia, llamada órbita geoestacionaria, resulta de un enorme valor debido a que los satélites situados allí permanecen siempre sobre el mismo punto de la superficie terrestre (del ecuador, en concreto), algo imposible a cualquier otra distancia.Esta propiedad es sumamente útil para las comunicaciones, incluida la televisión digital. Los delegados de varios países ecuatoriales, entre ellos Colombia y Ecuador, han vuelto a plantear en la reunión de Viena la necesidad de dotar a la órbita geoestacionaria de algún estatuto jurídico especial que garantice su uso racional y sin discriminaciones.

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Que sean estas naciones las que lo mencionen tiene su enjundia, ya que, en ausencia de regulación, la órbita geoestacionaria podría considerarse propiedad de los países ecuatoriales, por mera extrapolación de la normativa internacional sobre el espacio aéreo.

Pero, en realidad, poco hay ya que regular sobre esa circunferencia de oro. Los satélites situados allí -incluidos los que fuentes de la comisión de la ONU llaman "satélites de papel", esto es, asignados pero no lanzados aún- son ya más de 350, es decir, casi un objeto por cada grado de arco, que es el límite teórico para que las comunicaciones de un satélite no se interfieran con las de otro.

La órbita geoestacionaria no se sabe de quién es, pero ya ha colgado el cartel de no hay billetes. Un grado de arco es poca cosa visto desde la Tierra -la Luna viene a ocupar medio grado en el arco celeste-, pero en la órbita geoestacionaria supone que cada satélite está separado de su vecino más próximo por una distancia del orden de los mil kilómetros. El problema no es, por tanto, el peligro de que choquen, sino que sus emisiones se estorban cuando viajan a la Tierra con un ángulo tan estrecho.

La saturación de la órbita geoestacionaria tiene una solución sencilla, que de hecho ya se viene aplicando. Consiste en reservar un poco de combustible cuando el satélite alcanza el límite de su vida útil (a los 10 o 12 años de su lanzamiento) y utilizarlo para darle un empujón hacia afuera. El satélite se sitúa así a unos 300 kilómetros por encima de la geoestacionaria (es decir, a unos 36.500 kilómetros de la Tierra), donde puede permanecer indefinidamente sin estorbar.

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