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Reportaje:

Renacer barroco

La restauración de la iglesia de San Antonio de los Alemanes, el mejor exponente de la pintura barroca mural de Madrid, intenta recuperar las pinturas de Lucas Jordán

La restauración de la Iglesia de San Antonio de los Alemanes, el mejor exponente de la pintura barroca mural de Madrid, avanza a buen ritmo. Considerada como la Capilla Sixtina madrileña, muestra los frescos más codiciados de la ciudad. Fueron pintados por el napolitano Lucas Jordán hace ahora exactamente tres siglos. Pese al deterioro causado por el salitre y el carbonato, conservan su excelente belleza. Según algunos expertos, nada tienen que envidiar a los que, un siglo después, ejecutara Francisco de Goya en San Antonio de la Florida.La capilla barroca ahora restaurada se halla enclavada en la calle de la Puebla, en la confluencia con la Corredera Baja de San Pablo. Data del siglo XVII y fue obra del arquitecto Pedro Sánchez. Su planta es de forma monoelíptica, única en Madrid. Una empresa zamorana ganó el concurso convocado por el Ministerio de Cultura y restaura desde hace varias semanas los frescos realizados sobre sus paramentos verticales por el fresquista napolitano, pintor versátil y excelente copista, discípulo en Italia del español José de Ribera. La restauración culminará en ocho meses. Costará 21 millones de pesetas. El proyecto de restauración lo dirige Antonio Sánchez-Barriga, del Instituto del Patrimonio Histórico Español, la principal institución restauradora de España.

Las obras comenzaron a 12 metros de altura, desde una plataforma andamiada. Abarca toda la masa pictórica que decora con escenas de la vida de San Antonio de Padua y retratos de reyes europeos en los muros, desde la cornisa del templo hasta la planta. Alguna de las restauraciones anteriores cegó buena parte de la belleza que ahora comienza a ser recobrada en toda su viveza cromática. Hoy, los pinceles de los especialistas combaten delicadamente contra aquellos desmanes que apagaron algunos destellos de su espléndida factura. Jordán permite aún hoy al espectador visualizar en planos decrecientemente perfilados la perspectiva ascensional que remata la excelsa bóveda del templo, obra de Carreño, de Rizzi y de él mismo, que la retocó con soltura. La presencia pictórica de los frescos, de gusto italianizante, abarca todo el recinto interior de la iglesia, expresión del horror al vacío del arte barroco, capricho de la forma. Tal disposición le convierte en único de entre los templos de Madrid.

El artista napolitano, llegado a Madrid en 1692, fue pintor del rey Carlos II el Hechizado. Otras obras suyas decoran la escalinata del monasterio de El Escorial y la sacristía de la catedral de Toledo. Jordán desplazó al madrileño Claudio Coello de la vera del monarca, lo que le granjeó buenos dineros, calesa regia incluida y también múltiples envidias en la Corte de Madrid, que abandonó enojado, pero lleno de joyas, en 1702. Dejó cien lienzos.

Jordán se granjeó el apodo de Lucas fa Presto, por la celeridad con la que trabajaba: los fresquistas disponían exclusivamente de 24 horas para pintar sobre muros y bóvedas. El plazo era tan reducido por la premura con la que los artistas intentaban evitar la carbonatación, un fenómeno de origen químico que surge de la reacción generada por la combinación entre la cal y la arena, los componentes sobre los que el pintor de frescos opera, con aguas pigmentadas de color.

El reto de los restauradores de hoy es enorme. El mejor barroco de Madrid les exige vencerlo con desenvoltura.

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