¿Políticas monetarias o presupuestarias?
El pasado viernes, el economista jefe de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) confirmó la ralentización del crecimiento económico de la Unión Europea; hace apenas dos meses, la OCDE preveía un crecimiento medio del 2,2% y ahora ya lo rebaja al 2%. Por el contrario, las estimaciones para Estados Unidos son del signo contrario: ha pasado del 1,5% a un entorno entre el 2,5% y el 3%; es decir, el doble.Estos porcentajes tan pobres en lo que se refiere a la realidad europea alentarán el debate sobre qué hacer para evitar el languidecimiento y obtener un acercamiento entre la convergencia nominal y la real. Pues si bien es cierto que los niveles de déficit público están en porcentajes históricamente bajos y la inflación está próxima al cero (la media de la UE es del 1%), las cifras de paro continúan siendo de dos dígitos y corren el riesgo de aumentar si se reduce el ritmo de crecimiento de la economía comunitaria.
La polémica está servida: ¿medidas monetarias -nuevas bajadas de los tipos de interés, protagonizadas por el Banco Central Europeo- o medidas presupuestarias nacionales o comunitarias, como aumentar la inversión pública -lo que conlleva mayor déficit o más endeudamiento- para alegrar la coyuntura? Hasta ahora, el mínimo común denominador de los países del euro era apostar por una política monetaria flexible, acompañada de políticas presupuestarias estrictas. El ministro de Finanzas alemán, Oskar Lafontaine (cuyo país es uno de los más afectados por una coyuntura débil) reclamó al BCE una nueva bajada de tipos de interés, basada en la siguiente reflexión: es verdad que los tipos nominales están muy bajos, pero los reales no, pues la inflación media es más baja todavía; el problema de Europa no es ahora el de la inflación, sino el de la recesión y la deflación. Para acompañar su argumentación, Lafontaine ha hecho dos gestos: acudió como presidente rotatorio del Ecofin al consejo de gobierno del BCE (con voz pero sin voto), y una semana antes hizo público un memorándum en el que afirmaba que, siendo partidario de la política monetaria para estimular la coyuntura, si ésta no se aplicaba no cabría más posibilidad que acudir al activismo presupuestario. En este documento se decía que "desde el otoño pasado ha habido un cambio fundamental en el entorno económico europeo... Si hay un punto adecuado para una acción de política económica, se ha alcanzado ese punto... Si los responsables de la política monetaria no encuentran respuesta a los negativos choques asimétricos de la demanda, deberán considerarse otras opciones políticas. No es una situación deseable. La política monetaria es el instrumento preferido para responder a este choque. Si no se utiliza no pueden descartarse medidas presupuestarias, porque la opción de no hacer nada podría devenir extremadamente cara". En la petición de bajar los tipos le acompañaba el ministro de Finanzas francés, Dominique Strauss-Kahn. A pesar de ello, el BCE no ha movido los tipos.
La hipótesis de hacer más laxos los planes de estabilidad (es decir, incrementos del déficit público hasta el 3% del PIB) produce urticaria a los técnicos del BCE y a la Comisión Europea que, al analizar la semana pasada los de Francia y Alemania, se lamentó de que estos países no hubieran hecho un mayor esfuerzo de ortodoxia y de equilibrio presupuestario con un crecimiento medio del 3%.
Los partidarios de practicar políticas neokeynesianas en este momento de atonía aseveran que una bajada de los tipos no tendría mucho efecto añadido; que las reformas estructurales pendientes sólo moverían las cosas en el medio plazo; y que se necesita un impulso adicional en la demanda que sólo puede provenir del presupuesto. A los que se escandalizan con esta posibilidad les recuerdan que una política económica de mayor inversión y desequilibrio en las cuentas públicas es la que se aplica en Japón, con un consenso casi generalizado.
Otra incógnita es saber si la discusión se trasladará al seno de la cumbre del G-7 de junio en Colonia.
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