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El Nacional Republicanismo

La primavera pasada el diario Le Monde, no sin cierta malignidad, bautizó con el nombre de nacional-republicanos a un nutrido grupo de políticos, intelectuales, clubs de opinión y órganos periodísticos que en Francia van desde el Partido Comunista, pasando por la izquierda del Partido Socialista y el Movimiento de Ciudadanos, de Chevènement, hasta la derecha gaullista. La Fundación Marc-Bloch, la asociación Mañana Francia, de Charles Pasqua; los semanarios y revistas Marianne, Le Monde Diplomatique, Une certaine idée y Géopolitique entre otros, y un amplio abanico de personalidades de muy diversas opciones políticas, son para el vespertino francés el soporte y la expresión de esa nueva corriente político-intelectual. Según dicho diario, todos tienen en común la reivindicación de la nación como el marco exclusivo de la ciudadanía y del ejercicio democrático; la impugnación radical de la opción mundialista liberal; la hostilidad a la construcción política europea tal y como se está realizando -la Fundación March-Bloch titulaba una de sus reuniones El Tratado de Amsterdam, ¿último texto de inspiración soviética?-; una proclamada referencia gaullista y la afirmación del primado de la República sobre la democracia. Esa corriente se ha constituido en antagonista de los socialdemócratas y de los liberales de izquierdas, a quienes consideran portavoces del pensamiento único y a los que reprochan su derrotismo social y su renuncia nacional. Éstos tienen en la Fundación Saint-Simon y en el trípode periodístico formado por Le Nouvel Observateur, Le Monde y Libération sus instrumentos intelectual y mediáticos más notorios, comparten con Blair, Schröder, Clinton, D'Alema, etcétera, el credo social liberal que lanzara hace 20 años Giscard d'Estaing y apuestan por asumir la globalización en el marco de una construcción europea cuyos protagonistas principales son los Estados-nación, que sin renunciar, más que de forma parcial y discontinua, a su soberanía se agrupan según una modalidad difusamente federal.Con ocasión de las próximas elecciones europeas y de la aparición de Cohn-Bendit en el escenario político francés, Le Monde ha vuelto a insistir en el tema comentando el enfrentamiento dentro del Gobierno actual entre los "lilis" (los liberales-libertarios como Voynet, Guigou y Strauss-Kahn) y los "bobos" (bolcheviques-bonapartistas como Chevènement, Aubry y Gayssot) sinónimos de nacional-republicanos, etiqueta que están aceptando bastantes de los designados con ella. Más allá de la injustificada inclusión de Le Monde Diplomatique en ese grupo y de la intención descalificatoria que la designación de Le Monde conlleva, es indiscutible que los dos grandes núcleos programáticos de la nueva corriente son el Estado-nación como forma política y la República como substancia histórico-pública. El largo artículo-manifiesto de Sami Naïr, posible cabeza de la candidatura europea del Movimiento de Ciudadanos, y las últimas intervenciones de Régis Debray -El amor a la República explicado a mi hija y su declaración de catolicidad cultural al dominical de Le Figaro- confirman la opción única: la República nacional. Pero esa opción es incapaz de sacarnos del pozo en que nos han metido la globalización, el uso reductor del progreso tecnológico, la partitocracia, la mercantilización de la realidad, la manipulación oligopólica del mercado, el magma social liberal, el pensamiento blando de la baja modernidad. Nuestra polea no pueden ser los viejos materiales del XIX sino los procesos y mecanismos de la realidad de hoy.

Combatir las mafias internacionales, regular el mercado mundial, detener el deterioro del planeta, reducir la miseria, restablecer la dimensión pública, acabar con la exclusión social, limitar la explotación del Sur no son apuestas nacionales, son problemas que sólo tienen respuesta a escala mundial y con instrumentos globales. Como la ciudadanía, que para ser local y nacional tiene hoy que ser antes global. Ésa es la batalla que tenemos que dar. Y ganarla.

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