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LUTO EN JORDANIA

El hombre que nadó entre dos aguas

El rey Hussein de Jordania mantuvo hasta el final un difícil equilibrio entre Occidente y los países árabes

El rey Hussein de Jordania, con sus casi 47 años de reinado, es el decano de los jefes de Estado árabes. Mitad diplomático, mitad soldado, formaba parte de esa generación de gobernantes árabes surgidos en los primeros años de la independencia colonial, que se han ido forjando a sí mismos, a la par que sus propios Estados. La principal diferencia de Hussein con todos sus contemporáneos es que él ha logrado acabar sus días convertido en una de las piezas fundamentales de un proceso de paz que, aunque maltrecho, acabará un día imponiéndose en Oriente Próximo. El príncipe Hussein fue designado rey el 11 de agosto de 1952, cuando aún no había cumplido los 17 años y permanecían aún frescas en su memoria las imágenes del asesinato de su abuelo Abdalá, en la explanada de la Gran Mezquita de Jerusalén, adonde había acudido con él un viernes, el del 20 de julio de 1951, para rezar a su lado, desoyendo los consejos de sus colaboradores, que les habían advertido de los peligros de un atentado de los radicales, que trataban de hacer fracasar un incipiente diálogo que trataba de establecer con Israel. "Cuando yo tenga que morir me gustaría hacerlo de un tiro en la cabeza, de cualquiera. Ésta es la manera más fácil de morir. Preferiría esto a convertirme en un viejo y una carga", había oído el joven Hussein decir a su abuelo, en voz alta, poco antes de que un ultranacionalista, con una pistola en la mano, se acercara hasta el coche del soberano y le disparara una única bala en la cabeza.

El incidente supuso el bautismo de sangre para el adolescente Hussein. Su primer contacto con la muerte, de la que logró salir con vida gracias a una medalla que recientemente le había regalado su abuelo y que en aquella ocasión llevaba colgando del pecho, sobre su corazón, que le sirvió de coraza y logró desviar uno de los disparos perdidos que atronaron ante la mezquita aquel mediodía, en los momentos de confusión que siguieron al asesinato del primer rey de Jordania.

Al trágico recuerdo de la muerte del fundador de la corona de Jordania, cuando contaba 69 años de edad, se le sumó poco tiempo después la locura de su padre, el sucesor, el rey Talal, que fue declarado incapaz mentalmente por el Parlamento e internado en un hospital del sur de Turquía tras ser obligado a abdicar en favor de su hijo Hussein, interno en Suiza.

Coronado en mayo de 1953

Hussein fue coronado finalmente rey de Jordania en mayo de 1953, tras una corta regencia que le permitió alcanzar los 18 años exigidos por la Constitución y diluir los rumores que aseguraban que su padre había sido en realidad derrocado por un compló conducido por su tío Naif, quien trataba de frenar las ansias del soberano por democratizar el país, lo que pasaba obligatoriamente por modificar la Constitución y establecer el predominio del Parlamento sobre las demás instituciones. En aquella época, el rey Hussein de Jordania había culminado su formación escolar, tras haber pasado por la escuela coránica de Ammán, el Victoria College de Alejandría y la Harrow School del Reino Unido, de donde saldría para iniciar sus estudios militares en la Academia Militar británica de Sandhurst, donde se han formado algunos de sus cinco hijos varones, incluidos el actual heredero, Abdalá, y Hamzeh, y en la que descubrió su verdadera afición: la de soldado, lo que le llevó a convertirse en un avezado piloto de aviación, así como un experto en armamento.

El joven Hussein, que en definitiva había heredado un embrión de Estado -apenas había cumplido, en su estructura actual, los cinco años-, efectuó los primeros pasos por la senda política contando con el apoyo del antiguo imperio colonial, el Reino Unido. Pero al mismo tiempo se aseguró la colaboración de los hermanos árabes: Siria y Egipto, en aquella época sus principales aliados.

Iniciaba de esta manera sus primeros aprendizajes sobre el difícil arte de "nadar entre dos aguas". Es decir, mantener estrechas relaciones políticas y comerciales con algún país occidental hegemónico, sin olvidar al mismo tiempo la sangre árabe que le vinculaba a la andadura de los demás pueblos de la región, una mixtura difícil que le ha permitido sobrevivir y superar los más difíciles momentos.

Hussein de Jordania ha participado como aliado de los países árabes en dos de las tres guerras contra Israel -campaña del Sinaí en 1956 y la guerra de los Seis Días en 1967- recibiendo a cambio los efectos desastrosos y directos de cada una de las derrotas, lo que le obligó a abandonar Cisjordania y a recibir en su territorio una riada de refugiados palestinos, que se instalaron en su país en sucesivas oleadas, fagocitaron su Administración y convirtieron a Jordania en una plataforma segura, desde la que lanzaban sus ataques mortales contra Israel, provocando al mismo tiempo la inestabilidad interna del país y convirtiendo al rey en blanco de todo tipo de ataques y de conspiraciones.

La presencia insoportable en su país de una doble Administración, dirigida por la Organización para la Liberación de Palestina, creada por los palestinos expulsados de sus territorios a raíz de la formación del Estado de Israel, obligó al rey a tomar decisiones drásticas, iniciándose así una revuelta contra las estructuras militares de los refugiados que se saldó en 1970 con un número indeterminado de muertos -entre 700 y 20.000- durante el llamado Septiembre Negro.

La resaca político-militar de aquellos incidentes supuso para el rey Hussein un duro y pesado lastre por el que tuvo que pagar todo tipo de insultos -Kuwait le acusó de ser un Nerón o Carnicero- de los países árabes, que decretaron su aislamiento y le negaron la ayuda económica, aunque el monarca tuvo como compensación a partir de aquel momento el control absoluto del país y la consolidación del Estado.

La reconciliación de Hussein de Jordania con la OLP constituyó un largo y paulatino proceso que avanzó a medida que los hombres de Yasir Arafat iban bandonado las armas y reflexionando sobre la necesidad de abrir un proceso de paz con los israelíes. Es así como la OLP pudo volver a abrir en Ammán sus oficinas y llevó a Arafat y a Hussein a conversar largamente, convirtiéndose en grandes amigos.

El abrazo de Arafat y Hussein, bajo la tutela de EEUU, es el punto de partida de un largo proceso hacia la paz, que se fortaleció con el tratado de paz entre Egipto e Israel en 1979, la apertura de embajadas en El Cairo y Ammán en 1984. Ese espíritu alumbró la cumbre de Madrid de 1991, base de los acuerdos de paz que firmarían más tarde Arafat y el primer ministro israelí Isaac Rabin en Washington. Hussein rubricó un acuerdo de paz con Israel en 1994 y se convirtió así en el principal valedor de la comunidad judía en el mundo árabe.

La guerra del Golfo

Había quedado atrás el sobresalto de la guerra del Golfo, donde Hussein volvió a nadar entre dos aguas, asumiendo al mismo tiempo las reivindicaciones nacionalistas árabes de sus súbditos y las exigencias de los estadounidenses, que pedían su apoyo incondicional. La actitud ambigua enfrió sus relaciones con EEUU, haciéndolas incluso en algún momento especialmente difíciles, hasta que el pasado mes de octubre Bill Clinton y Hussein se dieron la mano con motivo de la firma de los acuerdos de Wye Plantation. La agitada vida política de Hussein tiene su paralelismo en su vida personal, con cuatro matrimonios, 12 hijos, cinco de ellos varones y siete hijas, una de ellas adoptiva. La primera esposa fue la princesa Dina, con la que mantuvo una unión que sólo duro dos años y de la que tuvo una sola hija, la princesa Alia. A este matrimonio le siguió el de la británica Toni Gardiner, que adopto el nombre de Muna al convertirse al islam, y le hizo padre de cuatro hijos, dos varones -Abdalá y Faisal- y otras dos hijas -Zein y Aisha-, y de la que se divorció en 1972, pero con la que siguió manteniendo muy buenas relaciones, no en vano es la madre del próximo rey, Abdalá. El matrimonio más trágico del rey Hussein fue el que contrajo con la palestina Alia Toukan en 1972, con la que tuvo un hijo, Alí, y una hija, Haya, a los que se sumó una hija adoptiva, Abir Muheisen. La reina Alia falleció en un accidente de helicóptero el 9 de febrero de 1977. Sus restos yacen hoy en el palacete de Al Hashmiya, en la colina de Hummar, en Ammán, en el que había vivido con el rey, y desde el cual se pueden ver, en los días claros, las murallas de Jerusalén.

La reina Noor, de soltera Lisa Hallaby, se convirtió en su cuarta esposa en 1978, con la que tuvo dos hijos, Hamzeh y Hashim, y dos hijas, Iman y Raiyah. Esta estadounidense, convertida al islam, ha sido durante los últimos años el báculo de los dolores de un soberano a quien, quizá, le hubiera gustado morir como lo hizo su abuelo, de un tiro en la frente. Como un soldado.

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