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MIQUEL ALBEROLA La victoria final en la biología siempre ha correspondido a los organismos más insignificantes, pese a que éstos han tenido que desarrollar estrategias a largo plazo y una paciencia de gran calidad ante procesos milenarios. Por la razón que sea, la naturaleza conspira para reducir el tamaño de las especies que se mueven sobre la Tierra, quizá en una fase de implosión. La peor parte está del lado de los seres que más abultan, puede que por eso algunos tipos se someten a severos regímenes alimenticios con el instinto de ser la excepción de esta regla implacable cuyo secreto está emparentado con la teoría de Newton. Cuanto menor es la envergadura de un cuerpo, mayor es su posibilidad de supervivencia. El gran volumen de algunas especies ha tenido un efecto inmediato de dominio sobre el resto, pero también ha acelerado su extinción. El hombre le ganó la partida al dinosaurio en base a este precepto. Algunos especialistas se muestran convencidos de que si los dinosaurios no se hubiesen extinguido antes por la polvareda levantada por el impacto de un meteorito, lo habrían hecho después porque unos seres diminutos que llevaban camino de convertirse en hombres se chupaban sus huevos y truncaban la descendencia. El pequeño planteaba batalla donde el grande se mostraba más vulnerable. Luego trató de asegurarse la supervivencia controlando a todos los animales que le seguían en la escala, mediante el exterminio, la reserva y la domesticación, pero siempre fracasó ante los entes microscópicos. Ahora el hombre vive también su decadencia ante una gran variedad de microbios como el hongo aspergillus, que repite la táctica que éste empleó con los reptiles gigantes. Apostado sobre un quirófano, que es donde más baja la guardia el rey de la creación porque se siente blindado, espera a que el cirujano le abra el vientre para penetrar y colonizar su cuerpo hasta la expiración. Algunos de estos virus están diseñados para la eternidad: no mueren si no hay una acción externa que quiebra su destino, por lo que tienen el futuro de su parte. Después de todo, ser insignificante es pertenecer a una gran categoría.
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