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FERIA DE VALDEMORILLO

El peón Javier Romeral, herido menos grave

Vencía la tarde cuando el peón Javier Romeral se llevó una cornada. Los peones o banderilleros, también llamados subalternos, o para la poesía hombres de plata, están cobrando -según se suele decir-. El día anterior también un peón hubo de visitar la enfermería. El hombre de plata Javier Romeral, que por cierto vestía de negro, cayó mientras bregaba y el novillo hizo por él, pegándole la cornada. En el revuelo del quite cayó otro peón y el novillo pretendió repetir la fechoría revolcándole con saña.El novillo sería flojucho mas de tonto no tenía un pelo y en cuanto veía indefenso un hombre de plata se le abalanzaba presto con la malsana intención de pegarle una cornada en la ingle.

San Román / Seis novilleros

Novillos de José Antonio San Román, discretos de presencia, escasos de fuerza, manejables, aunque predominaron los mansos.Carlos García Santos: estocada caída (vuelta). Raúl Alcalá: estocada atravesada -aviso-, estocada y descabello (aplausos y saludos). Fernando Robleño: pinchazo, otro saliendo desarmado y perseguido, estocada -aviso- y dobla el novillo (oreja). David Cortijo: pinchazo hondo -primer aviso-, tres pinchazos, estocada -segundo aviso con mucho retraso- y descabello (silencio). Iván Vicente: dos pinchazos, otro hondo -aviso-, cuatro pinchazos y estocada corta; se le perdonó el segundo aviso (silencio). Manuel Carbonell: dos pinchazos, estocada -aviso- y dobla el novillo (silencio). El peón Javier Romeral sufrió una cornada menos grave en el glúteo. Plaza de Valdemorillo, 5 de febrero. 2ª corrida de feria. Cerca del lleno.

Toros de esta condición son los que los toreros modernos no quieren ver ni en pintura y los llaman malos. "Se enteraba de lo que había detrás", "No se dejaba", son las frases tópicas que emplean para definir estas bóvidas maldades.Y, sin embargo, nadie ha dicho que el toro de lidia haya de ser bobalicón; ni que se deje, en plan oveja. Antes al contrario el toro de lidia siempre fue indómito; naturalmente que se enteraba de lo que había detrás en el transcurso de la embestida. Sólo que el torero tenía valor para afrontar su fiereza y técnica para domeñarla. Y si carecía de ello, no se le consideraba torero cabal; ni se le ocurría a nadie elevarle a la categoría de figura.

Eran otros tiempos, otra fiesta. La fiesta que ahora se lleva es pegar muchos pases, mejor sin toro. Los principiantes siguen con absoluto rigor la regla. Algunos torean estupendamente y por convertir en interminables las faenas acaban aburriendo al personal y escuchando avisos.

Seis avisos hubo. Los muñidores de la nueva tauromaquia pretenden hacer creer que los avisos no tienen importancia, pero sí la tienen. El aviso sigue siendo baldón; testimonio de que el torero no toreó hondo, o no supo matar, o se trataba de un pelmazo, lo que aún es peor.

Exceptuado Carlos García Santos, que tuvo sentido de la mesura y un respeto a la santa paciencia de la afición, los novilleros incurrieron en el mismo defecto de la reiteración, de la pesadez y del abuso. García Santos hizo un toreo reposado y a sus compañeros se les advirtió asimismo buen estilo en el muleteo fundamental. Con variada fortuna, desde luego, pues no todos gozaron de la misma suerte. A Raúl Alcalá, por ejemplo, le correspondió un manso con genio, más apto para un lidiador experimentado que para un novillero en ciernes y se vio desbordado. No obstante, lejos de amilanarse derrochó pundonor, intentó faena, se echó la pañosa a la izquierda.

Iván Vicente dispuso de un borrego y le dio infinidad de pases, sin faltar las manoletinas, en una de las cuales sufrió un revolcón. Fernando Robleño corrió muy bien la mano al manso que le salió y cortó la única oreja de la tarde. David Cortijo, de amanoletada figura, muleteó con naturalidad y gusto. Manuel Carbonell citaba dando el medio-pecho al novillo que hirió al peón y consiguió derechazos de excelente factura.

Llegan a medirse los cinco y el festejo habría sido un lujo. En cambio se pusieron pesadísimos, aquello no acababa nunca, caía la noche y lo único que se oía en el coso era el agudo trompetazo del aviso.

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