Cascos se despide como 'número dos' del PP con un balance triunfalista de la gestión del Gobierno
El secretario general dice que su permanencia no sería buena ni para Aznar ni para el partido
Franciso Álvarez Cascos asumió ayer, por fin y públicamente, que su etapa como secretario general del PP ha terminado. Utilizó distintos símiles, deportivos y también propios de su profesión de ingeniero, pero todos conducían al mismo objetivo: explicar su renuncia a continuar como número dos. Lo hizo con bastante sinceridad. Ante los 3.000 compromisarios que asistían a la apertura del XIII Congreso Nacional, admitió que "estar más tiempo de secretario general" después de haber concluido el proyecto que Manuel Fraga, Aznar y él mismo diseñaron en 1990 en el cónclave de la refundación en Sevilla, no habría sido bueno: "Ni para mí, ni para el PP ni para tí, muy en concreto, José María Aznar".Antes, en su emotiva, contundente, pormenorizada e ideológicamente algo trasnochada alocución de 90 minutos, Cascos no pudo evitar presentar un balance de éxitos en el que claramente antepuso su gestión en el Gobierno. Empezó hablando del aumento de militantes del PP y de sus sedes. Incluso escrutó los resultados electorales por provincias. Pero se recreó con cualquier faceta aplicada en estos tres últimos años por el Ejecutivo.
Tras la exposición de esta gestión, el vicepresidente político planteó cuál debe ser el reto del partido para el próximo siglo. Ahora el PP ya no tiene como referencia "superar las herencias recibidas de otros": "La referencia somos nosotros mismos". El objetivo, así, tiene que ser que el PP se supere a sí mismo, logre que los españoles se "levanten del sillín" y "demarren con fuerza para hacer saltar a nuestro país del pelotón y ponerlo a la cabeza de Europa".
Cascos evitó hacer un testamento político con su informe-balance. "No he venido hoy al Congreso Nacional a despedirme de nadie. Los ingenieros no nos despedimos al terminar una obra. Dejar la secretaría general después de cumplir la misión encomendada es lo mismo que está acostumbrado a hacer cualquier ingeniero cuando termina la construcción de la obra que había proyectado", dijo.
El aún número dos del PP reveló ayer que ya en el XI Congreso del PP, en 1993, había avanzado su intención de dejar la secretaría general con una comparación que realizó entre su trayectoria y la de los marineros y montañeros asturianos. Fue en ese momento cuando confesó que continuar más tiempo podría ser perjudicial para él, para el PP y para Aznar, al que volvió a mirar directamente desde el atril.
Aprovechó ese clima de complicidad para descubrir cómo había variado en estos 10 años su relación con el presidente del Gobierno. Comentó que cuando Aznar le encomendó en 1990 que siguiese al mando de la secretaría general, no eran precisamente íntimos. Y subrayó, con una entonación premeditadamente más cercana, que ahora se considera un "leal amigo" de Aznar que aspira a seguir siéndolo.
El secretario general saliente ofreció una explicación a su ausencia de la cúpula del partido en esta nueva era: "Las etapas nuevas reclaman estrategias y personas nuevas. Y una tarea de la magnitud que ha de realizar en la nueva etapa el secretario general exige hoy una dedicación exclusiva como la que yo ofrecí desde 1989. El PP hoy necesita una persona que le preste atención permanente. Creo, sinceramente, que mi amigo Javier Arenas es el adecuado por su capacidad y su experiencia en estas tareas. Cuenta con todo mi apoyo".
"Ser secretario general", reiteró, "no es lo mismo que estar de secretario general. Como ser ingeniero no es lo mismo que estar de ingeniero. Es posible que yo pudiera estar de secretario general más tiempo, pero el ingeniero que continúa en la obra después de proyectarla y de terminarla puede estar en la obra pero ya no puede ser el ingeniero, porque la obra encomendada ha concluido", reflexionó.
Su último aliento como secretario general lo empleó en rescatar una estrofa de una canción del cubano Silvio Rodríguez, dedicada a la naturalidad y humildad con la que se debe transitar en la vida. Cascos acabó con la metáfora de La escalera: "...Y sucedió de repente, que después de alimentarme, con la visión diferente, sólo quedaba bajarme. Dejé la altura en su calma, dejé el cielo en su horizonte, siguió batiendo la palma, siguió volando el sinsonte. Me encontré con la escalera, cuando a un lado del camino, por una calle cualquiera, iba silbando mi trino".
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