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Tribuna
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Entre el realismo y el experimentalismo

La obra narrativa de Torrente Ballester comprende una veintena de títulos, que hace de él uno de los más fecundos narradores españoles desde la guerra civil hasta nuestros días. Torrente cultivó también el teatro, su primera vocación, con desigual fortuna; se adentró en el ensayo de modo brillante (véase, por ejemplo, El Quijote como juego); ejerció la crítica literaria con bastante arbitrariedad, aunque no exenta de talento (Panorama de la literatura española contemporánea); fue un crítico teatral riguroso y agudo (Teatro español contemporáneo); cultivó el periodismo con originalidad (Cuadernos de La Romana), y sirvió al sistema político de la dictadura con libros inequívocos. Pero en última instancia todos estos quehaceres, que definen una completa personalidad de hombre de letras y señalan actitudes ideológicas muy notorias, resultan secundarios respecto al núcleo de su producción: la obra narrativa.Lo curioso es que Torrente fue un crítico destacado y temido mientras su actividad primordial suscitaba ecos mucho más tímidos, aunque el escritor contó siempre con fervorosos círculos de lectores. Es sorprendente, no obstante, la lejanía con que, salvadas algunas escasas excepciones, fue acogida la trilogía Los gozos y las sombras, sobre todo en contraste con la popularidad que alcanzaría años más tarde el escritor, a partir del éxito fulminante de La saga/ fuga de J.B., que obtuvo el Premio de la Crítica correspondiente a 1972 y lo rehabilitó a los ojos de quienes hasta entonces habían resbalado sobre su escritura narrativa, a la que habían recluido tras los barrotes de la llamada novela intelectual. La versión televisiva de Los gozos y las sombras, en los años ochenta, hizo ya popular al escritor, que vendió muchos miles de ejemplares de esta obra, que cuando apareció, entre 1957 y 1962, conoció una difusión más bien restringida. En su ancianidad cayeron sobre Torrente todos los entorchados nacionales de la gloria literaria, a la que respondió con una producción incesante.

Tres etapas cabe distinguir en esta escritura: una primera, de moderado e incluso atenuado realismo, que se inicia con Javier Mariño, novela marcada hasta la raíz por la guerra civil, prosigue con El golpe de Estado de Guadalupe Limón, novela de dictador, irónica, paródica y valleinclanesca, y con Ifigenia, audaz recreación negativa de un mito clásico. Quizá para buscar un público más amplio bebió Torrente de nuevo de las aguas del realismo en un intento, como él mismo escribió, de "mantener la vigencia del realismo al margen de las ideologías que se nos proponía por aquellas calendas". El resultado fue la trilogía Los gozos y las sombras. El narrador se adentraba en órbitas marcadamente realistas, pero sin hacer suyos los postulados sociales y políticos que subyacían al neorrealismo o realismo crítico de los años cincuenta. Contaba detrás con modelos sólidos, las sagas decimonónicas, y, sobre todo, como canon contemporáneo, con Los Thibaut, de Roger Martin du Gard. Refirió Torrente en esta trilogía la historia última de una familia gallega de abolengo, los Churruchaos, y alcanzó a mi juicio en ellas su cumbre como narrador. El depurado realismo del ciclo, su visión problemática del mundo, cifrada, sobre todo, en la del protagonista, el médico Carlos Deza, la lucha entre la burguesía emergente (representada por Cayetano Salgado, el dueño de los astilleros) y la aristocracia de un mundo rural en decadencia (encarnada de los Churruchaos), la aguda introspección en los personajes femeninos, el hábil trazado de los masculinos (el donjuanismo de Salgado, la perplejidad moderna de Deza), la capacidad de incorporar materiales colectivos a la narración, pues la crónica de Pueblanueva del Conde es la crónica de España en los años anteriores a la guerra civil, todo hace de Los gozos... una saga bastante perfecta, que se ha hecho popular con justicia.

Siguieron luego dos novelas ya más experimentales, aunque no exentas de sustancia humana, como Don Juan y Offside; pero donde el experimentalismo alcanzó su cenit fue en La saga/fuga de J.B., la historia de Castroforte de Baralla, que es también la de un múltiple y proteico José Bastida y que está narrada en todos los modos y registros posibles. Un alarde de fantasía, cultura, humor e ironía. Y, sin embargo, y sin negarle su valor, cumplidos ya los veinticinco años de su aparición, La saga... no deja de resultar en bastantes sentidos un tributo evidente al genio de García Márquez, cuyo Macondo había deslumbrado por entonces a todo el mundo. No obstante, Torrente completó su Trilogía fantástica con Fragmentos de Apocalipsis y La isla de los jacintos cortados. A partir de aquí comenzó una producción incesante -del experimentalismo al realismo y aun el costumbrismo-, cuya calidad fue decreciendo con los años, aunque el oficio se mantuvo siempre.

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