Memoria de la inteligencia
Por algo siempre estuvo rodeado de inteligencia: sus hijos numerosos; su mujer, Fernanda; los libros, su propia inteligencia, Carlos Casares, tantos amigos. La última vez le vi en Salamanca, en noviembre, cuando acababa de pasar por el penúltimo episodio de su enfermedad; pero allí estaba, verdaderamente lúcido, recordándole a su familia datos que se habían perdido, hablando de libros y recitando de memoria refranes y versos, recordando como si fuera anteayer episodios del más remoto pasado, explicando las distancias que separan a uno y otro pueblo de Castilla, y también regresando con aquellos ojos pequeñísimos con los que terminaba su nariz interrogante al paisaje interior de su memoria: su propia tierra, allí donde hoy regresa para siempre, y sus primeros libros, el teatro, las dificultades de entonces, la vida entera.Ya no leía: le leían, y ahora releía a escritores jóvenes: nunca se paró, intelectualmente, en sí mismo: fue abierto, inteligente y claro, el autor de Los gozos y las sombras y su propia revolución: La saga / fuga de JB.
Ese día vestía de franela, por el frío, y se arropaba con una manta, apoyado en su bastón, un poco escuálido, pero siempre lo fue, y pálido, intensamente pálido: el leve sol de Salamanca le caía sobre la cara como la mano de un recuerdo. Y toda aquella atmósfera hogareña desprendía el mismo calor que sus fábulas y que su casa: llena de libros, estaba habitada por el afecto y por la vida, y él era el brasero principal de ese clima con el que daba la sensación en ese instante de haber resucitado para siempre, de ser inmune a los acontecimientos que marca la edad.
Generosidad
Irónico y distante, gallego, habló de los fascistas de antaño y de los de hoy, y más de una vez se refirió a Galicia y a Ferrol con la ternura del que sabe que un país es una conversación, una imaginación y una inteligencia. Irónico y desprendido de la vanidad propia, preguntaba por los otros, por sus andanzas y por sus trabajos: con una familia tan numerosa, en la que hay abogados, escritores, músicos, periodistas, es imposible el ensimismamiento, y la generosidad de Torrente con los demás ha tenido como origen, seguramente, esa propia amplitud familiar, ese abrazo que le dio a la vida y a los suyos.Fue la última vez que le vi: me había requerido, a través de un hijo, para que le viera en casa, y allí estábamos con él, hablando del tiempo pasado y del futuro como si el aire nunca fuera a dar la vuelta, gozo haberle escuchado, gozo haberle leído y visto y admirado como si fuera el espejo de bruma que puso en el camino para reinventar otra vez la inteligencia de la ficción, la vida escrita.
Babelia
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