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La cicatriz

Hace poco más de un año, un juez de Motril, en sentencia hoy felizmente revocada por la Audiencia, argumentó que un bebé de dos meses era el responsable de perder su dedo meñique y no el ayudante de medicina que de un tijeretazo se llevó el vendaje y el meñique. Razón, el bebecito pudo mover la mano. Pues bien, otro juez, en esta ocasión de la vecina Almuñécar, ha liado la de dios femenina a cuenta de la cicatriz que le ha quedado a una mujer tras un accidente de moto. Ha construido un silogismo judicial con escritura dedicada al muslo superior derecho de la señora. Muslo en el que está depositada la huella indemnizatoria, objeto del debate, una vez que la señora perdió la condición de paquete motero y ganó la de paquete judicial. A esta señoría se le ha ocurrido, en la soledad de su mesilla y a la luz de las candelas, afirmar que la cicatriz carece de importancia porque "sólo un examen detalloso del muslo permite su visibilidad" y, por si fuera poco, añade que "como sólo se observa en momentos íntimos, dadas las circunstancias, no se suele reparar excesivamente en detalles". Vamos, que para la señoría cuando se está así, como en faena, no hay que reparar en milongas, que importa un no sé qué si el muslo es de pollo, de perdiz o de conejo y que sentidos como la vista y el tacto, en tiempos del cólera, no cuentan. Pues la ha liado. De primero, por decir que las señoras son para tocar y, en determinados momentos, a cierta velocidad por aquello de ser objeto del deseo y, encima, apresurado; de segundo, porque a lo peor olvida que a cualquier mortal, animal o vegetal, le agrada que su piel, cualquiera que sea la timidez que esconde, sea melocotón y no tenga costurones, ni tropezones como si de un gazpacho se tratara. Ahora que científicos de la Estación de Doñana están ensayando un sistema para realizar un seguimiento a los linces a través del ADN de las heces, podría ser interesante que la Justicia se ocupara de encontrar el ADN que subyace en argumentos judiciales similares a los que antaño se utilizaron en la sentencia de la minifalda. De seguir así, no sería de extrañar hallar resoluciones -algunas en materia de delitos contra la libertad sexual se empiezan a leer- que justificaran lo injustificable con frases parecidas a las que, a veces, asoman en el refranero español: eso le pasó a Justilla por no apretar las rodillas.EUGENIO SUÁREZ PALOMARES

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