Paso al frente
LA FUSIÓN del Banco Santander y el BCH es la primera respuesta de la banca española a la integración en el área del euro. Una respuesta obligada si el sistema financiero español quiere jugar en la primera división bancaria europea y se acepta la evidencia de que existe una relación directa entre el ámbito económico en el que se opera y el tamaño de los bancos que deben prestar servicios en dicho ámbito. La cadena de concentraciones bancarias en Estados Unidos o la unión intercontinental Deutsche Bank-Bankers Trust demuestran que la lógica de las fusiones es imparable. La operación anunciada ayer por Emilio Botín y José María Amusátegui, que en realidad es una absorción del BCH por parte del Santander, responde a esa lógica. El nuevo Banco Santander Central Hispano, con unos activos de 39 billones de pesetas, 6.400 oficinas en España y 2.000 en el exterior y 106.000 empleos, será el décimo banco europeo por volumen de activos y el primer grupo financiero en América Latina. Esas posiciones le convierten en el gran banco español de referencia en Europa. La fusión de Santander y BCH no era la favorita de los analistas; muy pocos hubieran apostado por ella. Aun así, debe ser considerada como un avance para el sistema financiero. Más allá del debate sobre complementariedad o no de los bancos que se integran, lo cierto es que el éxito de las fusiones depende en buena medida del acierto con que se gestiona el periodo de integración, que es siempre complejo y lleno de dificultades. La historia reciente de las fusiones bancarias españolas ha demostrado que cuando las operaciones de concentración se han gestionado con criterios profesionales, se han obtenido éxitos notables, como en el caso del BBV y el BCH. La del Santander y BCH llegará a buen puerto si sus responsables son capaces de resolver algunos problemas serios, como la integración de los equipos y la reordenación de las oficinas. Como efecto social directo, conviene recordar que una de las consecuencias inevitables de una fusión es la reducción del empleo; pero, ya que es prácticamente segura, hay que pedir a los gestores de la nueva entidad financiera que se aplique de forma pactada con los sindicatos. Desde un punto de vista estrictamente financiero, la fusión de ambos bancos resuelve de golpe varios problemas. Uno de ellos, quizá el más importante, es el papel del BCH, un banco de gran tamaño que difícilmente podía tomar la iniciativa de fusión con otra entidad más pequeña y que corría el riesgo de permanecer aislado en un mercado dominado de forma creciente e intensa por dos megabancos, el BBV y el Santander. Además, el paso adelante de Botín y Amusátegui, apoyado por el Gobierno y el Banco de España, rompe la inercia actual y constituye un acicate para que el otro gran grupo, el BBV, responda al desafío del tamaño que ya está sobre el tapete. Así que éste es probablemente el primer paso de una segunda oleada de fusiones en España, cuyo dibujo final pautado parece consistir en el dominio del mercado por parte de dos grandes grupos. La lógica de las fusiones bancarias no debe ser admitida sin contrapartidas. Su primera consecuencia es la concentración de poder; por lo tanto, sus efectos sobre el mercado y sobre la sociedad deben equilibrarse con una mayor atención de las autoridades económicas para que los derechos de los usuarios y la calidad de los servicios no sean atropellados por posiciones de dominio. Y el regulador debe prestar atención exquisita al nuevo mapa empresarial e industrial resultante de la unión, particularmente en lo que respecta a sectores estratégicos, como el de telecomunicaciones, donde deben despejarse dudas sobre inversiones del banco fusionado en empresas competidoras; o en ámbitos más sensibles a los problemas que plantea la concentración de poder, como el de medios de comunicación. Si los equilibrios sustanciales del nuevo gran banco con los consumidores y con las reglas del juego empresarial no se respetan, la fusión del Santander y el BCH podrá ser un éxito financiero, pero no se traducirá en ventajas para los ciudadanos.
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