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La música y su futuroROSA REGÀS

-Vengo a hablarle de cultura. -Pues vaya usted al Ministerio de Educación. El Gobierno central así lo ha entendido y ha fusionado los dos ministerios en uno solo. Nosotros, en cambio, seguimos teniendo Enseñanza por una parte y al señor Pujals por la otra. El señor Pujals es el encargado de velar por los valores patrios, es decir, por la cultura. ¿Han oído hablar de la JOSC, la Jove Orquestra Simfònica de Catalunya? Pues bien, esta orquesta, fundada en 1993 y que dependía directamente de Presidencia, ha pasado a depender de Enseñanza, el motor de sus actividades y el que subvenciona la mayor parte de su exiguo presupuesto. Cultura echa una mano, esto es todo. La orquesta forma parte de la Federación de Jóvenes Orquestas de España. Pero, curiosamente, es la que tiene menos ayuda y despierta menos interés en las autoridades institucionales, y por tanto en sus presupuestos. Frente a los 30 millones de la joven orquesta catalana, la JONDE (Joven Orquesta Nacional de España) dispone de 160 millones, la OJA (Orquesta Joven Andaluza) de 70 millones y poco más o menos las del País Vasco, Galicia y otras. Es cierto que, si se compara con lo que teníamos hace 20 años, se ha dado un paso de gigante; pero un paso, por muy de gigante que sea, si es en 20 años, es realmente muy poco. Porque los objetivos de las jóvenes orquestas no son sólo dar conciertos, sino celebrar encuentros y talleres y cursos con profesores extranjeros de altísimo nivel para que los alumnos estén al día y conozcan las nuevas técnicas. En otros términos: mejorar la enseñanza, afianzar la cultura, acceder al arte. Hasta ahora no se podían conceder ni siquiera becas y los jóvenes músicos partían a Madrid, donde sí las daban. Ahora, con el exiguo presupuesto de 30 millones, se podrán conceder algunas, mantener una mínima infraestructura y pagar a los profesores que vienen del extranjero, tarde y mal, como pasa siempre con la Administración. No hay que olvidar que la JOSC es lo único que en música para jóvenes hay en Cataluña a nivel institucional. Y lo curioso es que la demanda es imparable. Son miles los chicos y chicas que quisieran participar, pero no hay sitio ni presupuesto para todos. Y el 55% de estos chicos y chicas han tenido que hacer sus estudios en Holanda, o en Londres, o en Alemania. Nuestros conservatorios -del Liceo, el municipal de Barcelona, Badalona, Tarragona- sufren la misma escasez de medios que las instituciones culturales y sólo cuentan con la dedicación y el talento de unos cuantos profesores que mantienen como pueden un nivel aceptable y que merecerían la ayuda que en otros países de la Unión Europea se les otorga. Ayuda de Cultura, por ejemplo, igual que la que necesita la JOSC, que prácticamente la recibe toda Enseñanza. Al parecer, buena parte de los problemas de la JOSC se van solucionando gracias sobre todo al empeño, interés, dedicación y habilidad de las personas en cuyas manos se encuentra. Pero esta joven orquesta está muy lejos de disponer de los medios mínimamente necesarios para que su andadura sea firme y sus resultados apreciables. A veces uno se pregunta: si no tenemos ejército ni la mayoría de los gastos que tienen los Estados, ¿cómo puede ser que tengamos presupuestos tan exiguos para cultura y educación? Tenemos el nivel educacional más bajo de la Península, según unas encuestas que por supuesto no aceptan nuestras autoridades, pero que son reales. Y es que se subvenciona lo que da gloria, no lo que da educación. Véanse por ejemplo los 65 millones que se concedieron el pasado año a Jordi Savall, que tiene detrás de sí una discográfica, y los seis millones que se concedieron a la orquesta joven. No quiero decir que Savall no los merezca, seguramente merece y necesita más, mucho más. Quiero simplemente compararlo con lo que se dio a una orquesta de 98 alumnos, el plantel musical de nuestro futuro. Y así vamos tirando, con la dedicación, la entrega y el talento de unos organizadores y unos profesores que intentan sustituir lo que debería ser la función institucional. Y es que nosotros, los catalanes, somos así: tan diligentes y tenaces que les allanamos el terreno a los que dirigen nuestros destinos, casi siempre desinteresados de lo que es la cultura porque no parecen darse cuenta de que un país educado y culto es más país que otro menos cultivado y menos capaz de acceder al arte, por himnos que haga sonar y por banderas que haga ondear. Claro que un país con himnos y banderas es mucho más manipulable, mucho más sumiso, que un país culto, esto también es cierto. Cuando la cultura se hace sin verdadero interés, sólo para salir del paso y evitar que se nos acuse de indiferencia, cuando la cultura no tiene sus raíces en la educación y no es más que una forma de presión en la conciencia estética del pueblo, es cuando se convierte en enemiga del arte. Hace algunos años viajé de Nueva York a Barcelona en el mismo avión que Victoria de los Ángeles y en el aeropuerto la oí responder a las preguntas de un periodista. Una de ellas se refería a la promoción de la cultura. Eran los primeros años de la democracia y todos los partidos políticos incluían en sus programas aspectos de la cultura que hoy han olvidado. Victoria de los Ángeles hizo una exposición tan clara sobre lo que era promocionar la cultura que siempre lo he recordado. Venía a decir que de poco sirve enviar a masas de personas con entrada gratuita a los conciertos si previamente no se les ha enseñando a entender y a disfrutar la música, que no se puede hablar de promoción cuando las ayudas institucionales sólo sirven para mantener a artistas y orquestas entre la vida y la muerte sin darles ni la oportunidad ni los medios de mejorar y de acceder a un conocimiento más profundo, más actual, de las técnicas instrumentales y de la música. Todo esto puede parecer una crítica, pero no lo es, por lo menos no del todo. Es simplemente el deseo de llamar la atención sobre la importancia que tiene lo que de cultura incluyan en sus programas los candidatos a la Presidencia de la Generalitat, la idea que de ella se hacen; si se limita a cultura folclórica de promoción de los valores nacionales y tradicionales, o si están decididos a transmitirlos y dar la oportunidad de mejorarlos; la forma en que tienen previsto que accedan a ella los niños, los jóvenes y los mayores, y sobre todo el concepto que tengan del arte y el rango que le conceden. Saben ellos y sabemos nosotros que según sean ese concepto y ese rango será su programa general; por decirlo de una forma simple y no herir susceptibilidades, será un programa progresista o volveremos al mismo programa conservador de toda nuestra vida democrática. El programa conservador ya hemos visto lo que da de sí. Tal vez sería hora de jugarnos el tipo con el progresista.

Rosa Regàs es escritora.

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