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Dogma

DE PASADAEl atardecer de Bill Clinton, como se denomina sin ironía el crepúsculo que el turista, y mejor que él los visitantes ilustres, contemplan desde el mirador de san Nicolás, en el barrio granadino del Albaicín, se ha convertido en un extraño acto de fe al que presta verosimilitud toda la ciudad. El atardecer de Clinton significa una fantástica y unánime comunión con un misterio, o incluso un tipo nuevo de alucinación colectiva, pues desde el mirador, a causa de su orientación hacia el mediodía, no se aprecia la franja del poniente donde se produce el célebre espectáculo. El atardecer de Clinton, en fin, está amasado según unos con el barro de los sueños y según otros posee la misma encarnadura transparente que el cuerpo de san Cecilio, patrono de la ciudad inventado por los moriscos en el siglo XVI. Y sin embargo ¡todo el mundo jura que lo ha visto! O al menos nadie ha puesto en duda la trama de lánguidas luces y tinieblas sedosas que nutren a diario su enigmática belleza. El ocaso de Clinton es como el misterio de la Santísima Trinidad o la aparición de la Virgen de Lourdes, salvo que la revelación no es patrimonio de unos pocos visionarios, sino de una multitud, encabeza por su alcalde, Gabriel Díaz Berbel, y por su concejal de Relaciones Institucionales, Sebastián Pérez, que han llegado incluso a plasmar el espíritu invisible del ocaso en un cartel que bien podría figurar en el mismo catálogo que el almanaque de patología cardiovascular del Corazón de Jesús. La vuelta de tuerca se producirá sin embargo hoy, cuando los siete astronautas de la misión Discovery -de Curt Brown a Steve Robinson, pasando por John Glenn y Pedro Duque, según el orden alfabético en que figuran en los anticuados carteles futuristas colocados en Granada bajo el rótulo los "últimos héroes del espacio"- admiren el atardecer de Clinton ¡a las siete y media de la noche!, es decir, bajo la plena oscuridad del invierno y enfrentados al sur. A esa hora los astronautas ya habrán digerido los tres aperitivos Delicias Mercury MA-6 -un plato por cada una de las vueltas que John Glenn dio en su juventud a la Tierra- y el postre móvil titulado Fantasía Espacial que les sirvió Luis Oruezábal. Si, como es de esperar, se reproduce el pasmoso crepúsculo también ante los astronautas, ya sólo faltará que acuda el Papa y declare el ocaso de Bill Clinton nuevo dogma de fe. ALEJANDRO V. GARCÍA

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