China cierra el puño
LOS ESCASOS signos de apertura política que se habían registrado durante 1998 en China se están esfumando de forma abrupta. Las esperanzas despertadas hace unos meses por el presidente Jiang Zemín y por la constructiva visita del presidente -de EE UU, Bill Clinton, a Pekín han sido abortadas por nuevos episodios de represión. La cercanía del décimo aniversario de la matanza de Tiananmen y el temor, a que el malestar por el creciente desempleo -un 3% oficial en las zonas urbanas, pero probablemente más cercano a un 20% real- se traduzca en reivindicaciones democráticas y sociales están llevando al régimen a cerrarse en banda.En sólo una semana, cuatro activistas en favor de la democracia han sido condenados a largas penas, de 10 a 13 años de prisión. Wang Ce, un disidente que vivía en España y decidió regresar a su país el pasado 15 de octubre para demandar la apertura política y difundir un manifiesto en pro de las libertades fue de inmediato detenido y encarcelado, a la espera de juicio.
Como sucede bajo otros regímenes autoritarios y de partido único, a menudo' la persecución de los disidentes se basa en que sirven a intereses extranjeros: uno de ellos cometió el nefando crimen de conceder una entrevista a Radio Asia Libre, emisora financiada por EE UU. En todo caso, como bien sabemos en España, los incipientes partidos políticos y sindicatos que abogan por la democracia bajo una dictadura suelen necesitar apoyo exterior.
Éste va a ser un año política y económicamente importante para China, lo que tendrá consecuencias sobre toda la región. Es probable que el régimen se esté preparando para hacer frente a momentos más difíciles para la economía, con exportaciones a la baja y un crecimiento inferior al 7% que China necesita para mantener su ímpetu. Y un relativo estancamiento de China tendría severos efectos negativos para el conjunto de Asia. Además, el próximo 4 de junio se cumplen 10 años de la brutal represión de los estudiantes en la plaza de Tiananmen. El régimen redobla su atención para no permitir un resquicio de protesta. De poco parece haber servido que Pekín firmara en octubre el Convenio Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que garantiza la libertad de reunión.
China sigue siendo un sistema de partido único. El propio Jiang Zemín ha dejado bien claro en repetidas comparecencias en televisión que cortará de raíz cualquier amenaza a la supremacía del Partido Comunista, y protegerá a toda costa la estabilidad, social. Al mismo tiempo, la gigantesca transformación que vive el país provoca una inevitable inestabilidad. Y a nadie se le escapa, tampoco a sus dirigentes políticos, que el programa de liberalización económica resulta insostenible a largo plazo sin alguna contrapartida de apertura política. En este contexto de incertidumbre empiezan a producirse manifestaciones a favor de la democracia, aunque cuenten todavía con escasa participación. Las protestas de Hong Kong son más importantes porque el principio de un país, dos sistemas permite a sus habitantes mayores márgenes de libertad. Pero lejos de extenderse el modelo de la antigua colonia británica al resto de China, es el sistema chino el que parece ir imponiéndose progresivamente en la política de Hong Kong.
Los casos como el de Wang Ce empiezan a cundir. Quizás muchos de estos disidentes creyeron que con Jiang Zemín consolidado en el poder el régimen podía abrirse. Pero, ante las dificultades presentes y las previstas, con un régimen decidido a conservar el monopolio del poder sin someterlo a ninguna alternativa democrática, Pekín vuelve a cerrar el puño.
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