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"Ante Dios humillado..."

Juan José Ibarretxe repitió ayer la fórmula de juramento creada en 1936 por el primer lehendakari, José Antonio Aguirre, y también utilizada por quienes le han precedido en el cargo. "Ante Dios humillado, en pie sobre la tierra vasca, en recuerdo de los antepasados, bajo el árbol de Gernika, ante vosotros, representantes del pueblo, juro desempeñar fielmente mi cargo", dijo Ibarretxe al aire libre en el recinto que alberga el roble, cuando el sol empezaba a ganar en la mañana de invierno.Su familia lo vio desde la primera fila. Allí estuvieron su esposa, las dos hijas del matrimonio Ibarretxe, de 9 y 13 años de edad, sus padres y la abuela materna, Teresa, que a sus 94 años no quiso perderse la toma de posesión de su nieto como lehendakari.

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En el interior de la Casa de Juntas esperaban, escuchando el juramento en euskera y castellano a través de la megafonía, los parlamentarios, el Gobierno saliente y cerca de 300 invitados al acto, procedentes de distintas instituciones de la comunidad autónoma del País Vasco. En representación del Gobierno acudió el ministro de Administraciones Públicas, Mariano Rajoy. Su discreta ubicación en el acto, en la misma fila que ocupaban, por ejemplo, el presidente del Tribunal Vasco de Cuentas, el socialista Rafael Iturriaga, y el Ararteko (Defensor del Pueblo vasco), Xabier Markiegi, provocó el malestar del delegado del Gobierno, Enrique Villar.

Fuentes del Ejecutivo vasco indicaron que el acto tenía un carácter parlamentario y, por tanto, no se había cursado una invitación formal al Gobierno. Rajoy se limitó a expresar su deseo de que el nuevo Gobierno vasco se desarrolle "dentro de la Constitución y en el marco del Estatuto de Gernika". La ceremonia de traspaso de poderes de José Antonio Ardanza a Ibarretxe tuvo el tono de las viejas tradiciones, con la entrega simbólica de una makilla (bastón de mando) que en realidad era nueva.

Nunca antes un lehendakari había recibido el testigo de su predecesor. La guerra civil acabó con el mandato de Aguirre y la traumática sucesión de Garaikoetxea por Ardanza en 1985, un año antes de la escisión de su partido, tampoco permitió escenificar la entrega.

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