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Entrevista:

"Por definición, el arte no es comprensible"

Nacido en Bilbao, en 1957, Txomin Badiola ha vuelto recientemente a su tierra natal para residir en ella, después de 10 años de estancia en Londres y Nueva York. A partir del 12 de enero expone en la galería madrileña Soledad Lorenzo una muestra de su nueva manera de hacer, lejos del minimalismo y el conceptualismo de anteriores etapas. El narrador se impone y Badiola no se resiste. Los espectadores tienen la palabra. Pregunta. Usted dijo: "En cierto sentido y durante algún tiempo ser escultor vasco ha sido profesar una religión". ¿Qué queda de eso?

Respuesta. Nada. Eso corresponde a una generación concreta, la de Oteiza y Chillida entre otros. Es una momento de la historia del arte, de la política y la sociedad en el País Vasco en el cual el hacer arte estaba muy influido por unos condicionantes extraartísticos.

P. ¿A usted no le afectaron esos condicionantes?

R. En mi generación las circunstancias son distintas. Yo no acababa de entender por qué todo tenía que ser tan tremendo y tan transcendental. Eso ha dado lugar a una situación rara: lo que se entendía como escultura vasca era una cosa muy concreta, con nombres muy fuertes y consagrados, y dentro del País Vasco lo que nosostros hacíamos no se consideraba como escultura vasca. Pero al mismo tiempo, desde fuera, se nos empezó a considerar como los representantes de la nueva escultura vasca. Era una paradoja que todavía seguimos arrastrando.

P. ¿Es correcta la impresión de que en sus últimas exposiciones toda la sala es obra de arte?

R. Realmente es así. La última que hice en San Sebastián se componía de varias instalaciones, pero quizás lo más interesante eran los vínculos que se producían entre unas y otras. Entrabas allí y era una especie de viaje en el que ibas de un lugar a otro. Las obras en sí mismas no tenían tanta relevancia como el recorrido.

P. ¿Qué debe hacer un espectador que nunca haya visto una exposición suya? R. En principio yo le aconsejaría que se dejara llevar un poco. Yo hago estas exposiciones pensando en un espectador esencialmente activo, un espectador que da sentido a la obra porque es una especie de elemento que la pone en funcionamiento. No tendrán sentido estas obras sin un espectador que las recorre. Luego es un espectador que debe participar, que debe de ser un elemento más del todo. Un espectador libre de prejuicios.

P. ¿Qué prejuicios?

R. El más frecuente y peligroso es preguntarse ¿qué quiere contar el artista? No se trata de eso. Se trata de que allí hay algo hecho por una persona y otra persona que lo está mirando y entre los dos, a través de la obra, se produce un vínculo. No es tanto lo que me quiere decir como o qué nos podemos decir el espectador y yo a través de la obra.

P. Pero es que el espectador quiere entender, le guste al artista o no. ¿Por qué tiene que renunciar a eso? El deseo de entender es muy natural.

R. En mundo actual "entender" es una palabra que tiene poco significado. Casi todos los mecanismos que teníamos para entender ya no nos sirven. Ya no se trata de que tú tienes algo allí y tratas de fijarlo y asimilarlo sino que la relación es mucho más dinámica. Tú entras en un diálogo con las cosas y nunca las cierras del todo, nunca las entiendes. Participas en ese proceso abierto, o sea, que no se consume en el hecho de entender las obras.

P. Eso ocurre también en otros ámbitos de la existencia. Hoy día nos movemos en el mundo como si lo entendiéramos, pero no entendermos casi nada.

R. Pero en el arte está muchísimo más claro. Porque, por definición, el arte no es comprensible. Por eso no entiendo cómo se le puede achacar al arte que es incomprensible, como si fuera algo excepcional, cuando el mundo es igualmente imposible de entender.

P. Ya, pero el caso es que ante una de sus exposiciones nadie piensa que está delante de una acumulación de casualidades, por eso quizá surge con tanta fuerza el deseo de entender lo que el artista ha querido transmitir. Por ejemplo, se dice que sus obras son melancólicas. ¿Ha querido usted transmitir esa sensación o es que es usted víctima de ese mismo sentimiento?

R. Para mí, la melancolía tiene que ver con un hecho actual que consiste en esa especie de disponibilidad absoluta de las cosas, de los medios y de todo. Y sin embargo a esa superabundancia de medios se une una especie de sentimiento de ausencia, es decir, que cuantas más cosas tenemos más vacíos nos encontramos. Para mí la melancolía está unida a estos sentimientos. Pero no es mi intención transmitir melancolía. Sentirla ante ellas es algo que me ha sorprendido a mí mismo. Puedo añadir que en la última exposición hubo reacciones tremendas y muy extremadas. Hubo gente que dijo que había llorado y gente que me insultaba.

P. ¿Cuando se pone a trabajar permite que la infancia, los recuerdos y el pasado le influyan?

R. Últimamente estoy desarrollando una postura técnica para no descartar nada. No desecho nada, aunque no sepa para qué me va a servir. Incorporo todo con una especie de irresponsabilidad total respecto a cómo pueda ser tomado. Para esta exposición he trabajado con iconos que podrían parecer coyunturales y no lo son en absoluto. Son iconos con los que me he encontrado ahora, al volver después de 10 años fuera, y que tienen que ver con la sociedad en que vivo, con Bilbao. Desde los jugadores del Atlétic hasta el encapuchado, pasando por la pintadas y los recuerdos infantiles. Basta que sienta un mínimo de atracción hacia un signo, lo meto en el saco. Entonces, la puesta en obra tiene que ver con la organización más o menos caótica de todos los flujos que se desatan cuando pones un signo al lado de otro.

P. ¿Cómo organiza después ese material?

R. Dejo que se produzcan las relaciones más absurdas y van saliendo cosas. Por ejemplo: hay una canción de los años sesenta que dice "Are you a boy, are you a girl...". Si tú haces oír esa canción junto a un encapuchado estás produciendo una serie de relaciones. Y como la gente de ahora también tiene relación con esa clase de signos, puede leer su propia obra.

P. ¿Cuando empieza a trabajar tiene una idea de qué terminará saliendo?

R. Totalmente, de una manera radical. Es lo del saco del que hablábamos antes. Yo lo voy llenando con lo que me interesa. En principio siento que me interesa, aunque no sé por qué me afecta de esa manera. Lo que sé es que, cuando todo esté junto y me ponga a trabajar en ello, cobrará sentido. No es tanto una obra acabada como un proceso de conocimiento que se realiza a través del arte.

P. ¿Nunca se ha traicionado?

R. Nunca, o quizás es que se trata de una traición permanente, sistemática. Para traicionarse hay que partir de una idea del sujeto como muy acabada, como muy entera. Y no es mi caso.

P. Su exposición va a coincidir con la antología de Eduardo Chillida, en el Reina Sofía. Puede ser una ocasión para que el público juzgue esas dos maneras vascas de enfrentarse al arte. ¿No le parece?

R. Bueno... sí, puede ser. Aunque se trata de caras muy extremas, puede tener interés. Obviamente Chillida, como otros, representa un momento importantísimo para la escultura vasca. Pero todas las generaciones tienen su papel en la historia y el papel que les ha tocado a ellos ya lo han cumplido. Aunque sigan haciendo obras que merezcan la pena, ya no representan la circunstancia actual.

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