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Un reto (literario)

¿Escribir un cuento de Madrid? Nuestra amiga Rosa Regàs me invita a colaborar en un libro colectivo escribiendo un cuento de Madrid. ¡Menudo reto! A estas alturas, ¡un cuento de Madrid! Si en vez de reto literario se tratara de un desafío a muerte con las armas en la mano, mi edad me permitiría pedirle a un familiar o amigo que lo asumiese por mí; pero es un reto literario, y se supone que aún podría yo defenderme bien pergeñando un relato cuya acción tuviera lugar precisamente aquí, en esta bendita ciudad nuestra.Recuerdo de mis años veinte algunas formidables narraciones emplazadas en grandes ciudades, empezando por los Dublineses de Joyce (para no hablar de su Ulysses), el Manhattan Transfer de Dos Passos, o el Berlin Alexander Platz de Döblin. Se pretendía con estos monumentos verbales, de un modo u otro, hacer protagonista de la novela a la ciudad misma donde discurría la acción imaginaria. Un sociólogo relacionaría fácilmente esta línea de creación artística con tendencias y fenómenos generales propios de aquel momento histórico, que hasta cierto punto se dejarían sentir también en España. El Madrid de aquellas fechas seguía siendo todavía castizo y ya vanguardista, y este joven escritor que ahora es ya tan viejo intentaría por su parte apuntar a la curiosa mezcla de tradicionalismo local y de radical renovación incluyendo en un relato que tiene marcado -y quizá exagerado- carácter revolucionario la presencia de un personaje femenino cuyo nombre, Mari Tere, taquimeca, repite el timbre, creo, en medio de una atmósfera un tanto alucinada, de aquel Madrid que, para iniciarse con entusiasmo en la modernidad, no acababa de desprenderse de sus acentos zarzuelescos y saineteros. Poco más tarde, la ciudad, ensangrentada y destrozada (¡terrible avatar!), podría merecer de Rafael Alberti el título de capital de la gloria; pero aquella que entonces se había levantado en inesperada exaltación heroica, no mucho antes, durante el primer cuarto del siglo XX, era profusamente usada y abusada como escenario tópico por numerosos fabuladores, los de la llamada promoción del Cuento Semanal, un Pedro de Répide, cronista de la Villa y Corte, Emiliano Ramírez Ángel, el mínimo y verboso Diego San José que infatigablemente repoblaba las calles y recovecos del viejo Madrid con la sombra de personajes del tiempo de los Austria; y todavía en el entrevero de estos disímiles escritores suele aparecer también a veces, junto a otros nombres ilustres, el del casticista, y sin embargo patrón indiscutible de la vanguardia, Ramón Gómez de la Serna... Pero vino, en fin, la guerra civil a asolarlo todo, seguida por la Segunda Guerra Mundial, y ya ni Madrid, ni España, ni el mundo entero seguirían siendo lo que eran. Medio siglo ha pasado. A estas fechas, ¿escribir un cuento de Madrid? Pero ¿de qué Madrid? Es probable que haya quienes con ojos nuevos y mirada limpia encuentren hoy en el vetusto moratiniano castillo famoso una acción original. Quien pueda, que aspire a tanto. Sea como quiera, el ambiente literario actual no es exigente en demasía. Estimula con entusiasmo la producción de artificios verbales (y tanto mejor si esa creación resulta ser creativa) y, así como en los siglos de oro abundaban los certámenes poéticos que prometían fama y algún dinero a los innumerables aficionados a las letras, numerosos como ahora, y hasta un Lope de Vega se afanaba por celebrar en verso la virtuosa holgazanería de nuestro Santo Patrón el bendito Isidro Labrador, cualquier escritor ocioso podría buscar hoy una receta fácil para colocar en el Madrid de este fin de siglo un relato extraído de nuestra rica tradición literaria. ¿Podría reprochársele acaso como plagio si redujera a prosa escueta, llana y corriente, con lenguaje y vestimentas del día, el argumento de alguna de las comedias madrileñas de Calderón, de Tirso de Molina, del mismísimo Lope? Pues ¿no plagiaron ellos mismos cuanto se les antojaba? Y por si alguien sintiera empacho en aprovechar la trama de una obra ajena escrita, publicada y archiconocida, ahí se encuentra a la disposición de todos ese maravilloso noticiero privado que el canónigo Barrionuevo enviaba semanalmente desde la corte de Felipe IV a sus colegas zaragozanos, periodismo repleto de noticias pintorescas y curiosas ofrecidas al ingenio de cualquier diestro narrador de este tiempo para que pueda elaborar con ellas una divertida historia.

Pero ¿qué digo de añejos noticiarios? ¿No tenemos a mano cada mañana el cotidiano diario rebosante de los varios sucesos notables o casos curiosos ayer mismo ocurridos, en nuestra ciudad sin ir más lejos, y a la vuelta de la esquina de nuestra casa?

Cierto es que, si en ello se repara, acontecimientos tales suelen ser idénticos a los que el mismo diario reporta como sucedidos en otros países de la Tierra, próximos o remotos. Pero ¡qué se le va a hacer! Es un resultado de la globalización que, sobre la base de la inmutable condición humana, ha uniformado costumbres y situaciones en todo este planeta... Usted puede, si así le apetece, escribir un relato que localice muy detalladamente donde prefiera la anécdota que le ha llamado la atención, cocinándola y aliñándola con las especies de su gusto, y darla como peculiaridad de Madrid, sin temor a que nadie se lo discuta.

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Francisco Ayala es escritor.

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