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Crítica:ÓPERA: LA BOHÈME
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un estremecedor tercer acto

La ópera es un arte de síntesis. Necesita, exige, emociones. Y esas emociones suelen producirse cuando coinciden y se complementan poéticamente las aportaciones de las voces, la orquesta y la escena. En La Bohème, representada ayer en el Teatro Real, con asistencia de la reina Sofía, el chispazo de alta tensión saltó en el tercer acto. Fue la hora de la verdad.Y no es que hasta entonces no hubiese momentos de interés. En el primer acto, el tenor venezolano Aquiles Machado había incluso eclipsado a la soprano Leontina Vaduva, dejando bien claro que ni siquiera la presión escénica, debida a la espectación previa y a la necesidad de nuevos ídolos que el público reclama, le iba a afectar y robar su deseada noche de triunfo.

"La Bohème," ópera en 4 actos de Giacomo Puccini

Director musical: Silvio Varviso. Director de escena: Giancarlo del Monaco. Escenógrafo: Michael Scott. Con A. Machado, L. Vaduva, I. Rey, D. Malis y A. Mariotti. Orquesta Sinfónica de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Teatro Real, 19 de diciembre.

Aquiles Machado tiene una voz redonda, impulsiva, magníficamente modulada; tiene, además, presencia, lozanía y ganas, muchas ganas.

La técnica la ha absorbido de su maestro Alfredo Kraus y, qué gran paradoja, al final ha evidenciado ser el mejor Rodolfo en escena desde los años de gloria de Luciano Pavarotti.

A lo que íbamos. El primer acto, vibrante, dejó pasó a un segundo espectacular escénicamente, con una magnífica escenografía de fondo y un exhibicionismo de malabaristas, zancudos, equilibristas y otras atracciones que acabaron por dispersar la atención.

Queda la magnífica transición interior-exterior del Café Momus y, también, la irrelevancia de la estupenda Isabel Rey como Musetta, un papel que, sencillamente, no le va del todo.

En ese desarrollo correcto, pero no apasionante, y con el oficio de buen concertador de Silvio Varviso, llegamos al tercer acto. Era otro mundo. La escenografía, sobria, con tres focos de fuego, niebla y humo, favorecía el clima de intimidad. Envueltos en una manta, Leontina Vaduva y Aquiles Machado cantaron un dúo de los que pone los pelos de punta. Sin ostentación, con delicadeza, conjuntados, como queriendo demostrar que la verdad de la ópera es simplemente eso: dos cantantes y una manta en la soledad del frío y la noche oscura.

Emocionaba la pareja protagonista y emocionaba el conjunto de la escena, con voces o sin ellas. Varviso se mostraba con extrema prudencia, subrayando un efecto de la cuerda baja o un pequeño detalle intrumental, pero sin querer interferir en ningún momento en el protagonismo vocal.

El duo de Musetta y Marcello, los figurantes al calor del fuego, la disposición global de la escena, era tan evocador como poéticamente narrativo.

Lo mejor y lo peor

Giancarlo del Monaco conseguía deslumbrar desde el susurro, pasando en un cambio de escena del segundo al tercer acto desde efectismo al temblor. En realidad, ¿qué es la ópera más que un estremecimiento compartido?En el cuarto acto, con la muerte de Mimí, Varviso hizo orquestalmente lo mejor y lo peor de la noche, mientras Leontina Vaduva y Aquiles Machado redondearon una gran actuación.

Tal vez faltó, en conjunto, un punto de fantasía, un no sé qué, en fin, cosas de comentarista, pero el escalofrío que surgió del tercer acto compensaba todas las posibles insuficiencias. Además, Aquiles Machado estuvo por encima de los pronósticos más exigentes. ¡Qué apasionante es la ópera cuando funciona!

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