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La metamorfosis

JAVIER MINA Como el mes que viene entramos en el euro, he decidido levantarme Pueblo Vasco. Me explico. Dado que el acceso a la moneda única ha venido precedido de una serie de simulaciones no me ha parecido mal simular el estado en que nos encontraremos a la vuelta de la esquina. Porque hay por ahí un puñado de electos, que no elegidos, empeñados en meternos en un ámbito. A mí eso ya me parecía muy fuerte, pero cual no sería mi sorpresa al enterarme que se trataba además de un ámbito de decisión. El hecho de que fuera vasco no pasaba de anecdótico; sin embargo, no podía quitarme de la cabeza lo de verme encerrado en un ámbito de decisión. Seguro que resultaba claustrofóbico y pernicioso con todas esas decisiones dando vueltas por ahí en plan centrifugadora. Pero cuando me enteré de que se haría sin que yo tuviera nada que decidir me pareció espléndido, un quebradero menos. ¿Qué mejor que sin que uno decida -me dije- acabe decidiendo por encima de lo que pueda decidir Madrid, que está más lejos? Si a ello le añadimos el magnífico proyecto de ensamblar los ayuntamientos en un tejido o telaraña susceptible de decidir sobre aquello para lo que no fueron previstos, miel sobre hojuelas. Porque no sólo se conseguiría dar así consistencia física al ámbito, sino que se socavaría más el poder decisorio del ciudadano, en adelante encerrado en un sinfín de cajas chinas que decidirían por él a diferentes niveles retrotrayéndolo a la Edad de Oro de la infancia, cuando no había responsabilidad, sino teta. Y si encima le regalan, como en las promociones de las cajas de ahorro, un juego de personalidades multiuso y la olla rápida donde cocerse el imaginario, ¿qué más pedir? De ahí que me haya levantado Pueblo Vasco. Al principio se siente uno raro porque no acierta a manejarse con el pronombre. Ya sé que detrás de Pueblo Vasco se encuentra un nosotros, porque me lo han repetido hasta la saciedad e incluso hasta la sociedad, pero cuesta obrar en nombre de alguno que a lo mejor no está. Eso y que no tiene gracia ninguna el estar pasando continuamente lista para ver si vamos siempre los mismos. ¿Qué hay de los que se quedan por el camino? ¿Y de los continuamente insatisfechos? Menuda identidad más complicada, reflexioné cuando ante el espejo me daba los últimos toques en las canas -el Pueblo Vasco tiene canas en los güevos-, pero la situación empeoró mucho en el momento que me encontré con otro Pueblo Vasco en la calle. Nos miramos en los ojos y enseguida le avisé de que en mi Pueblo Vasco no cabía la impostura, el Pueblo Vasco que tenía ante sí estaba tratando sólo de adaptarse. A lo largo del día, el Pueblo Vasco comió productos autóctonos, se zambulló en la ETB, escuchó a los oradores más explosivos, leyó autores como si fueran de aquí, se hartó de txistu amén de trikitrixa y trató de familiarizarse con expresiones como "visión de país, no sólo de territorio" y "lógica nacional". A fe que lo intentó, pero no pudo conseguirlo. Más vale que se trataba de una simulación. Sólo que a la hora de acostarme, el Pueblo Vasco seguía pegado a mi piel. Lo peor es que veía que muchas de mis convicciones se hacían polvo. ¿Por qué si ayer mismo pensaba que convendría esperar a que una generación supiera en qué consistía vivir en Europa antes de remodelar ámbito ninguno me aceleraba ahora pidiendo elecciones municipales cuanto antes? La prisa, sólo contaba la prisa, no había otra política que la rapidez a nada que se quisiera aprovechar el rebufo de la tregua. Hasta hablaba de tregua cuando antes la tenía por alto al fuego. Al filo de la medianoche el adormilado Pueblo Vasco creyó recordar en sueños que un tal Gregorio Samsa se despertó un buen día convertido en cucaracha, pero como la culpa la tuvo un tipo absurdo llamado Kafka no le dio importancia. Tampoco se la dio al hecho de que el pobre Gregorio pensara más en su rutina de viajante que en su extraño cuerpo recién estrenado. Ni a que una vez coleóptero, ni siquiera pensara en regresar a su vida anterior de humano.

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