El espejismo de la productividad: olivo y aceituno, todo es uno...
Como ya se ha visto, sufrido y pagado en otros lugares de la geografía europea, la industrialización progresiva de la actividad agraria -es decir, el empleo intensivo, pletórico y masivo en capital y tecnología permitido por ciertos mecanismos de subvenciones comunitarias- está afectando profundamente a Andalucía en uno de sus sectores más tradicionales, el olivarero, implicando graves consecuencias en los espacios socioeconómico, medioambiental y cultural que lo estructuran. Finalmente, se trata de uno de los aspectos más criticados de la así llamada paradoja de la productividad: los beneficios más suculentos se concentran en las manos de quienes disponen de más altos niveles de renta y competitividad -es decir, grandes propietarios, especuladores y sobre todo empresas comercializadoras de las grasas- al precio de costes sociales muy onerosos: el éxodo rural, el exceso de producción, la pérdida de recursos naturales como suelo y biodiversidad, el empobrecimiento de los patrones culturales tradicionales, la simplificación del hábitat y paisaje rurales, constituyen un conjunto sinérgico de dinámicas perjudiciales para el vitoreado concepto anglosajón de desarrollo sostenido, que simplemente epitoma la noción de "futuro". En efecto, estas mismas dinámicas permiten vislumbrar futuros escenarios con tintas bastante lóbregas para el sector olivarero: los sistemas de producción olivarera más tradicionales, sostenibles e intensivos en mano de obra se quedarían progresivamente al margen del mercado, ya que son menos rentables y poco competitivos: en las capas menos favorecidas de la población rural -asalariados y pequeños propietarios, numéricamente dominantes- habrá que esperarse una importante destrucción de puestos de trabajo y de fuente de ingresos, así como una depauperación generalizada de los patrones medioambiental y cultural que los entraman. Claramente, se trata del problema más intrínseco del mundo industrializado: tecnología y mercado ofrecen muchas ventajas económicas para quienes sepan aprovecharlas, pero inducen graves problemáticas en los contextos sociales más amplios y desfavorecidos si la respuesta política no es adecuada. En este marco, queda claro que hay que conocer antes al paciente y su sintomatología para poder formular bien terapias adecuadas o bien estrategias más previsoras y eficaces: resulta ostensible e incontrovertible que la información existente sobre el olivar es dispersa, incompleta, obsoleta y farragosa, y configura una representación distorsionada de la realidad del campo, diluyéndola en las trampas caritativas de la estadística. Para zanjar este escollo es necesario construir un conocimiento del campo que sea realista, profundo y concreto, a partir del cual se puedan configurar en un abanico de escenarios las problemáticas y las estrategias claves para enfocar hipótesis políticas más conscientes, eficaces y previsoras, en una palabra, lungimiranti. En síntesis, se ha hablado quizá demasiado de la crisis del sector olivarero, impetrando viejas respuestas tecnocráticas para solucionar problemáticas ahora ya más complejas de las mismas preguntas que han inspirado. Se ha vitoreado la productividad a toda costa como la clave universal de la prosperidad, saltando a pies juntillas ya sea sus beneficiarios, ya el papel polivalente que las actividades humanas tienen que desempeñar para cumplir con las necesidades del hombre más allá de la mera actividad económica: ya es tiempo de perspectivas auténticas -prefiguradas en el espacio semántico propio de este término- para el desarrollo de una sociedad más ecuánime, responsable y previsora. Decididamente, nada nuevo: el problema, así como la respuesta, están en el hombre.
Matteo Bonazzi es responsable en el Joint Research Centre de la Comisión Europea.
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