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Elogio del reportajeJOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

Leo que Gabriel García Márquez está preparando una revista y dirige unos talleres de periodismo. Es sano que un premio Nobel a sus 72 años se arremangue y vuelva a sus propias raíces: al trabajo periodístico del que nunca se alejó del todo. Tienen mala reputación en las redacciones los géneros periodísticos. La dinámica del capitalismo lo normaliza todo. También a la prensa. De un tiempo a esta parte se ha vivido un considerable proceso de burocratización de los medios. De pronto el escalafón se ha convertido en el horizonte del éxito, los organigramas han crecido en magnitud y rigidez y las decisiones se han ido desplazando de los criterios periodísticos a los criterios empresariales y políticos. Los protagonistas de estos cambios hablan de adaptación a las tecnologías y a la competitividad, que son, como todo el mundo sabe, la medida de todas las cosas. Es probable que tengan razón. Pero en esta nueva cultura periodística echo muchas veces en falta los géneros periodísticos por excelencia: el reportaje y la crónica. Y cuando aparecen (todavía hay periodistas -a menudo escritores en función de periodistas- que los practican y con excelencia), tengo la sensación de reencontrarme con el periodismo de verdad. No se trata de defender melancólicamente un periodismo de antes, de no sé muy bien cuándo, que seguro que globalmente era mucho peor que el actual. No tengo ningún interés en apuntarme a la nueva guerra fría "en la que la humanidad, representada por la cultura occidental, se enfrenta con lo inhumano, es decir, con el universo de la cultura de la computadora: Internet, el teléfono celular, etcétera", de la que hablaba en EL PAÍS, el pasado sábado, Lawrence Ferlinghetti, un antiguo combatiente de la generación beat. La cultura de la computadora es hija directa de la cultura occidental y defender la tradición humanística en una batalla de antiguos y modernos es darla por perdida antes de empezar. Creo, simplemente, que el reportaje y la crónica son un excelente instrumento para atemperar el desfase entre el mundo real y el mundo mediático que se da en las esquizofrénicas sociedades de la información. Los medios de comunicación sirven grandes cantidades de información y de opinión, y las sirven de un modo compulsivo y repetitivo. En el momento en que estalla una noticia importante se machaca con ella con una insistencia abrumadora y en su órbita se despliegan toneladas de opinión cuyos contenidos son en su mayoría perfectamente previsibles. A los pocos días, a veces a las pocas horas, otra noticia toma el protagonismo: la rueda de la repetición y el comentario gira ligeramente su posición y se pone a dar vueltas en torno a la nueva estrella. Y así sucesivamente. De este modo, un país, una ciudad, una persona, un grupo, pueden pasar en un momento de ser la atención de todo el mundo al olvido más absoluto. Pocas veces se visita el paisaje después de la batalla: cuando las cámaras y los enviados especiales ya se han ido y queda la vida, hombres y mujeres resistiendo, entre odios y recelos en tierras gastadas de tanto mal vivir. Y, sin embargo, ésta es la verdadera experiencia del mundo que tienen las personas. Es obvio que no todo se puede contar, pero la crónica y el reportaje son una manera de romper el desajuste entre el mundo y los medios. Se ha dicho que sólo existe, en el sentido de lo que tiene relevancia social, lo que sale en los medios. Súbitamente, un ciudadano o un grupo de ciudadanos, por estar involucrados en algún acontecimiento salen de su asumida no existencia y aparecen en los medios como protagonistas de la historia. ¿Qué pasa por sus cabezas cuando la rueda de la información gira y quedan, de nuevo, escondidos en su rincón de cotidiana realidad? La crónica y el reportaje pueden traer muestras de esta realidad a la escena rompiendo la imagen estrecha del mundo que difunden los medios. La opinión es el complemento más habitual de la información y un pilar de la libertad de expresión. La amplitud del abanico de lo que se puede decir en una sociedad es una prueba de su salud democrática. Pero la opinión mediática tiene sus trampas y riesgos, reforzados por la inmediatez de respuesta que se exige. Por ejemplo, tres tentaciones que veo planear siempre en tertulias y secciones de opinión: la tentación de decir lo que la gente tiene ganas de oír más que lo que uno piensa; la tentación de apelar al tópico políticamente correcto que no ofenderá a nadie, por miedo a arriesgar; la tentación de asumir un papel determinado en la comedia mediática evitando toda opinión que pueda perjudicar la imagen del personaje que uno se ha construido. Todo ello se traduce en una jerga, unos lugares comunes y unas complicidades que hacen que el debate sea muy simplificado y enormemente pautado a imagen y semejanza de la escena política. Entre la información y la opinión, la crónica y el reportaje deberían ser la puerta abierta a la realidad cotidiana que oxigena el espacio público. Y sobre todo el recordatorio permanente de que el protagonista de lo que pasa es un complejo espécimen llamado hombre que desea, sueña, habla, trabaja y sufre. El reportaje y la crónica son dos géneros que provocan la implicación del periodista con los hechos que quiere contar, con el panorama que quiere describir o con la persona que nos quiere presentar. Hay una relación directa del periodista con los lugares, las personas y los hechos que hacen que su trabajo no tenga ni la asepsia de la información estricta ni la distancia de la opinión. El cronista y el reportero tocan vida. Y es en el contacto con la vida donde surge la experiencia, en este caso la experiencia periodística. La transmisión de esta experiencia no puede ser pautada. De ahí que el reportaje y la crónica sean también dos caminos para devolver al periodismo la dignidad literaria perdida a costa de la burocratización.

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