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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

No todo vale

La ONU acaba de aprobar la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos. Su propósito es proteger la libertad, la dignidad y la salud de las personas frente a usos ilícitos del conocimiento sobre el genoma humano -el conjunto del material genético- y su posible manipulación. Y es que algunos de los peligros más agudamente sentidos por el público en estos días se derivan de las posibilidades abiertas por la ingeniería genética y su impacto sobre nuestra especie.Es verdad que, muchas veces, las dudas que plantean las nuevas tecnologías genéticas no son más que una modalidad de problemas implícitos en prácticas aceptadas, como, por ejemplo, lo que es permisible para tener hijos o para evitar tenerlos, o para dotar a los propios hijos de ventajas o cualidades útiles en su vida, o quién tiene derecho a conocer datos sobre la salud de las personas y en qué condiciones. Otras veces, esos temores son el reflejo del vértigo que produce una realidad que nos desborda al cambiar parámetros existenciales que han permanecido inmutables durante milenios. Pero también es cierto que, en relación con los avances en biogenética registrados en los últimos tiempos, se adivinan caminos de final incierto, cuyas peores consecuencias y los peligros reales que puedan preverse es necesario evitar. Ése es el sentido de la declaración recién aprobada.

La clonación de la oveja Dolly a partir de una célula de un animal adulto, la posible utilización de esa misma técnica en personas con fines de regeneración de tejidos dañados y la hipotética clonación de seres humanos han contribuido a dotar de especial resonancia una declaración que venía preparándose desde hace ya cuatro años. Concretamente, en uno de sus apartados más explícitos, la declaración prohíbe la clonación de humanos con fines reproductivos, aunque no la de tejidos con fines terapéuticos. Algunos de los apartados más significativos se refieren a la protección de la información que cada individuo porta en su dotación genética, al carácter de patrimonio público del genoma humano -lo que excluye su comercialización-, a la subordinación de toda investigación en este campo a los principios éticos de respeto por la libertad y la dignidad y a la necesidad de que la información sobre el conjunto de los cromosomas humanos no sea sólo el patrimonio de unos pocos científicos o países, sino que sea difundida y pueda así propiciarse la cooperación científica internacional.

La declaración estará abierta a la firma por los Estados que compartan su contenido y se comprometan a modificar su legislación de acuerdo con sus líneas maestras. La Declaración Universal de los Derechos Humanos tampoco tenía carácter vinculante cuando se promulgó en 1948, y muchos consideraron entonces que eran unos principios abstractos sin la menor relevancia práctica. Pero, pese a lo mucho que queda por hacer, la experiencia demuestra que han ido calando poco a poco en la conciencia de las gentes y conformando una opinión pública poco complaciente con las violaciones de los derechos humanos. Esperemos que la declaración sobre el genoma -que se refiere a uno de los fenómenos más desconcertantes de nuestra época, esperanzador y peligroso a la vez- tenga el mismo efecto de influir en las conciencias de las personas y en las legislaciones de los Estados.

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