España en harapos
Valle-Inclán escribió ésta obra desgarradora y sarcástica en 1920; ya antes Baroja había hecho La Busca, Galdós, Misericordia, Gorki, Los bajos fondos. Y Zola, y Dickens... Naturalmente, Dostoiewski. Había una exploración literaria de la miseria, sobre todo de la última miseria, de la que hasta el partido comunista había renegado llamándola "proletariado en harapos", al que veía de difícil o imposible redención.Valle entró varias veces en este tema, y el "esperpento" sería, después, una exageración no demasiado fuerte del submundo llevado al humor negro. En Divinas palabras llega a un aspecto teratológico: el personaje en torno al cual sucede todo es "el engendro", confundido a veces él mismo con el vehículo con el que se le transporta, "el carretón". Esta última miseria humana es una fuente de riqueza: quien lo tenga dispondrá de las mejores limosnas, en las ferias de los pueblos y en las puertas de las iglesias. En torno a él, monstruos de varias índoles, ladrones, navajeros, explotadores, un sacristán incestuoso, una mujer lujoriosa: hasta la figuración del macho cabrío volando por los aires con la hembra tomada y rendida. El lenguaje es continuamente creador: se suele decir que es un castellano galaico, quizá lo sea; pero también tiene desplantes, chulerías, hasta madrileñismos. La belleza de expresión está continuamente mezclada con la burla, con la salida graciosa y muchas veces culta de lo trágico.
Divinas palabras,
De Ramón María del Valle-Inclán. Intérpretes: Pedro María Sánchez, Yolanda Ayllón, Carmen Arévalo, Fernando Cabrera, Juan Antonio Quintana, Kiti Manver, Carmen Martínez, Trinidad Rugero, Cipriano Lodosa, Víctor Benede y Ana Lucía Villate, entre otros. Escenografía y vestuario: José Lucas. Ilustraciones musicales: Antón García Abril. Dirección: José Tamayo. Teatro Bellas Artes.
La obra estuvo sepultada por sus dificultades y por el pánico de los empresarios en los grandes años burgueses a molestar a su público; luego, por la primera censura. Tamayo la sacó adelante: y aquella primera versión es una de las cosas que debemos agradecerle de su larga y fructífera aportación al teatro. En esta nueva versión no le basta con hacer de nuevo a Valle-Inclán: quiere ser valleinclanesco: lo lleva todo al feísmo, en lo cual colabora ardientemente el pintor José Lucas con unos decorados y unos trajes que repelen; y una sobrecarga de afeites en los personajes, aunque destaque entre ellos la lozanía de Kiti Manver y de las muchachas de la función. En la forma arcaica de interpretar una obra modernista hay también excesos de teatralidad: es la desconfianza en que el texto sea suficiente, que hace tantas veces aparecer una necesidad de sobrecargarlo. Pero en esa forma antigua de interpretar Tamayo y su compañía consiguen, sobre todo, la inteligibilidad: se entiende cada palabra. Es decir, dentro de lo posible. La riqueza del vocabulario de Valle no está al alcance de todos, y en los tres cuartos de siglo transcurridos desde su escritura se han perdido tantas palabras y tantos significados que parte de la belleza y de la riqueza se les van a los espectadores de los oídos. Aprecian, sin embargo, el trabajo colectivo y la obra de Valle: el viernes, con más de medio teatro lleno, ovacionaron sinceramente a todos.
Babelia
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