Sin receta
Últimamente veo a mucha gente con perros portátiles o de bolsillo. Son animales encuadernados en piel, pero de un tamaño tan manejable que puedes llevarlos a cualquier parte sin llamar la atención. Y calman la ansiedad tanto como un pastor alemán o un san bernardo. Todo el mundo necesita compañía, en eso estamos de acuerdo, pero no todo el mundo tiene un piso de 200 metros o un jardín en el que recluirla cuando te cansas de ella. Por eso están muy bien estas compañías pequeñas, tipo yorkshire, que llegado el caso pueden hacer sus necesidades en el bidé y dormir en una caja de zapatos. Cada día aumenta más el prestigio de lo pequeño: acuérdense de los primeros teléfonos móviles y compárenlos con los de ahora, que tienen el tamaño de un paquete de tabaco, incluso de un paquete de tabaco light, sin que las conversaciones hayan perdido por eso su grado de toxicidad.Históricamente hablando, fue la industria farmacéutica la primera en darse cuenta de la importancia de lo pequeño. De hecho, las píldoras, que podrían tener el tamaño de un bocadillo, suelen ser diminutas. Y cuanto más pequeñas, mayor es su eficacia. Los ansiolíticos apenas tienen el tamaño de un guisante, pero hacen compañía, le relajan a uno, le ayudan a evacuar las preocupaciones como un diurético de la obsesión, que es de lo que se trata.
El otro día me encontraba sentado a la barra de una cafetería y le oí decir a la señora de al lado que tenía jaqueca. Al poco metió la mano en el bolso y en lugar de sacar una pastilla, extrajo un caniche venido a menos, un yorkshire quizá. Pensé que se lo iba a tragar con un vaso de agua (sin masticar, rogué mentalmente), pero dejó que correteara un poco por la barra y enseguida lo volvió a guardar más aliviada. Y los dan sin receta. El mundo es un prodigio.
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