Mucho teatro
Gracias a que, por preferencias estéticas de sus gobernantes, la capital de España no cuenta con un recinto propio que albergue música rock para audiencias de tamaño intermedio, una vez más se produjo el inevitable éxodo hacia el extrarradio y el hipermoderno coso taurino de Leganés acogió a un buen número -varios miles- de amantes de los sonidos gruesos y el estilo inconformista. Malo fue que se les hurtara la presencia de Rob Zombie, segunda estrella de la noche y a la que también apetecía ver. Tres mil quinientas son muchas pesetas para que no haya un telonero internacional.Al menos, la ventaja fue que Manson dejó ver a la hora en punto su figura de maldito del rock, sus pelos teñidos, su perfil más andrógino y su personalidad de animal escénico, ahora en una versión decididamente glam que le aleja del personaje de pesadilla que se hacía sangre de verdad en sus conciertos. Ya casi ni escupitajos le caían, la verdad.
Marilyn Manson
Marilyn Manson (voz), Johnny S. (guitarra), Ginger (batería), Twiggy (bajo) y Pogo (teclados). Plaza de toros La Cubierta de Leganés (Madrid). 3500 pesetas. Martes, 1 de diciembre
Arrancó flanqueado por una banda en la que el ruido era casi pesadilla; la puesta en escena, fantasmagórica -con luces de las que producen inquietud, sobredosis de humo y una escenografía que recordaba a una factoría industrial-, y la música, un leve apunte armónico de carácter atropellado.
Así se quemaban los primeros temas, en una apabullante salida que el espactador tarda algunos minutos en asimilar. El estrafalario solista apareció luciendo un mono azul turquesa que dejaba sus posaderas a la fría intemperie. En ese primer tramo se encaramó a unas muletas-zancos para interpretar la canción que da título a su segundo disco, Mechanical animals, y revisó con aire fúnebre el Sweet dreams de Eurythmics.
Disfraces
No obstante, Marilyn fue sacando de su ropero todo un juego de disfraces que le iría ayudando a repasar -de modo salvajemente hiperamplificado- la historia del rock en su apartado con más pluma: David Bowie, Gary Glitter, Alice Cooper, Iggy Pop... Se diría que Manson atraviesa una fase absolutamente setentera en la que el exceso de todo es ley y que debe funcionar a las mil maravillas en un mercado como el americano -la tierra de Kiss, al fin y al cabo-. Lejos queda ya el artista que sorprendió por su crudeza hace unos años y en su lugar aparece alguien que parece haber aprendido al dedillo los trucos de un actor versado en lo terrible.Consecuentemente con esto se colocó marabús para interpretar Rock is dead; lució aspectos de Liza Minnelli en I don"t like drugs, mientras un enorme letrero luminoso exhibía la palabra Drugs; jugó al nazi de opereta en Antichrist Superstar y hasta llevó camisa de policía americano antes de bajarse los pantalones y casi el exiguo tanga colorado, todo ellos con la omnipresente bandera americana de fondo en el tema final del concierto: Hate Anthem.
Mucho teatro. Tal vez demasiado para una personalidad artística que asustaba con sus vídeos y sus conciertos sudorosos. Con sus descargas de rock crudo de última generación, de ése que amenaza con volar los pilares de lo razonable. Máxime por lo que tiene de historia vista una y mil veces, de ciclo que se repite, de mentira que deja en evidencia el asunto de que siempre se puede ir más allá. Marilyn Manson se ha hecho mayor, debe tener la cuenta del banco bien saneada y ofrece espectáculos en serio. Como cualquier artista de rock de cualquier época. El trono de más malvado vuelve a quedar desierto.
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