Un futuro que dé sentido al pasado
La batalla abierta en el País Vasco, tras la declaración de la banda terrorista ETA anunciando el desistimiento indefinido de la violencia, aparenta ser una batalla por el futuro, pero, en realidad, su apuesta más fuerte es la de justificar, la de dar un sentido honorable al pasado. Por eso para algunos es tan importante eliminar la solicitud de perdón, la manifestación de arrepentimiento. Cunde la idea de que las víctimas son un incordio. En medio del festival de Lizarra y de otros empachos victoriosos que preparan, se cumple la percepción del poeta Miguel Hernández cuando decía aquello de "yo sé que ver y oír a un triste enfada / cuando se viene y va de la alegría". Alguien pensó reducir las víctimas a la condición de damnificados y proyectó ganar su colaboración mediante unos 60.000 millones de pesetas procedentes, faltaría más, de un crédito extraordinario a pagar por las arcas del Estado. Porque los dineros del presupuesto de la Comunidad Autónoma Vasca están para otros fines y de los de ETA nada se dice. El destino de tantas extorsiones recaudadas parece ser el mismo que el de los fondos del FLN argelino: asegurar una prejubilación dorada de los dirigentes que manejan las cuentas secretas donde están depositados. Asombra que hayan tenido que ser las víctimas quienes denuncien en un manifiesto el desinterés hacia ellas por parte de la Iglesia y del Parlamento vasco, dos instituciones que deberían haberles ofrecido por adelantado su más generoso respaldo. Asombra que las víctimas se hayan visto precisadas a recordar algo tan elemental como que "sin justicia no habrá reconciliación". Pero a lo lejos se oyen las voces de los pastores eclesiásticos y en el programa Hoy por hoy monseñor Setién negaba ayer existencia a los asesinados como sujetos de derecho a tener en cuenta mientras se apiadaba una vez más de los asesinos y clamaba por sus derechos. Vamos, monseñor, ahórrese esas profanaciones, que los muertos tienen bien ganado el derecho a que se respete su memoria. A monseñor, según afirma, le resbala el discurso de quienes le dicen que no diferencia entre víctimas y verdugos. Tiene razón. Quienes le hacen esas imputaciones son injustos. Monseñor siempre ha mostrado su paternal preferencia por los verdugos. Pero monseñor tiene su particular doctrina. Nada que ver con aquello del Evangelio, según el cual en el cielo hay más alegría por un pecador que se arrepiente que por 99 justos que no tienen necesidad de penitencia. Porque monseñor detesta el arrepentimiento y exime del mismo a los asesinos.Volviendo al manifiesto de las víctimas, es significativa su afirmación de que se sienten manipuladas "cuando intentan presentarnos como protagonistas de la reconciliación". Y ese intento parece claro que debe atribuirse al presidente Aznar. Así que ¡cuidado, presidente! Porque a las víctimas nadie les invita, pero acaban presentándose y ocupando el escenario. Algo de eso acaba de aprender entre llantos londinenses el mismísimo Pinochet, ¿quién iba a decírselo a él? Todo lo anterior para nada entorpece reconocer que la tarea de desmovilizar a los terroristas todavía en activo es muy delicada. Así sucede también cuando termina una guerra y hay que desmovilizar los ejércitos. Al final, para quienes han de regresar a casa es más importante volver con un halo de reconocimiento social por los servicios prestados que con una pensión económica. Nadie discute la eficacia de acciones como el tiro en la nuca y a bocajarro, el secuestro de conciudadanos inermes o las masacres mediante explosivos activados a distancia en supermercados públicos. Está probada su utilidad para amedrentar a la población y predisponerla a la sumisión, pero es imposible que semejantes hazañas les sean anotadas en ninguna hoja de servicios.
Los presos condenados por esos asesinatos que entintaron con sangre tantos lugares de España sólo buscan negociar algún alivio a su situación de reclusos. Por ejemplo, reducir la distancia del centro penitenciario en el que cumplen y mejorar la aplicación que pueda hacérseles de los beneficios penitenciarios previstos en la legislación común. Pero Arzalluz tiene una weltanschauung en la que el futuro debe dar sentido al pasado.
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