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Los tejedores de Heine

Acuciados por la necesidad y la precariedad laboral, en 1844 los tejedores de Silesia iniciaron una revuelta que suele figurar en todos los libros de historia del movimiento obrero. Fue en territorio entonces de Prusia y hoy de Polonia. Las tropas prusianas acabaron a sangre y fuego con aquel levantamiento de los obreros del textil. De los muertos, de los heridos, de cuantos quedaron inválidos, quizás nadie se acordaría si Heinrich Heine no hubiese escrito, sobre ellos y su revuelta, uno de los poemas de temática social con más mala leche, salido de una pluma romántica e irónica. Indica Heine que los tejedores, mientras tejen, canturrean entre dientes tres maldiciones: la primera contra Dios que se olvidó de sus plegarias y su hambre; la segunda contra el rey prusiano que no mitigó su miseria y mandó disparar contra ellos como si fuesen perros callejeros; la última contra una falsa patria donde sólo prospera la ignominia, la desfachatez y el estiércol donde tienen su hábitat los gusanos. Por lo general y por fortuna, aquellas situaciones trágicas y necesariamente combativas no son noticias hoy en día. O al menos no lo son ni tienen como protagonistas a la clase obrera en el llamado primer mundo o sociedad desarrollada, en la que, casi con toda seguridad, nos encontramos los valencianos. Aquí puede haber un tira y afloja largo de los trabajadores de Almussafes con su empresa; puede haber un malestar bastante generalizado en torno a contratos temporales o precarios; puede haber abusos a la hora de pagarle al inmigrante, y empresas dedicadas al trabajo temporal a las que hace unos días el Ayuntamiento de Sagunto declaró non gratas. Pero no hay tiros ni poemas de Heine. Hoy -eso sí, vecino-, nos encontramos con el mozuelo o la mozuela que busca su primer trabajo, y le preguntan si tiene experiencia; una experiencia que nunca adquirirán si no se les ofrece el primer trabajo. Y hay -eso también, vecino- excesivos muertos, excesivos heridos y excesivos inválidos como consecuencia de una siniestralidad laboral en aumento, porque uno sólo serían demasiados. Es un goteo continuo de accidentes y de lágrimas: cuando la calor del pasado verano fue en los astilleros de Valencia; ayer le tocó a José Antonio, el albañil de Vila-real; ese otro día fueron las piernas y la vértebras fracturas de dos obreros en la obras del Teatro Principal de Castellón; y la lista no se acaba, porque esta misma semana pasada se nos fue un operario en Crevillente que, como los de Silesia, trabajaba en una empresa textil. Y claro, vecino, está el trabajo a destajo, y la presión de los sindicatos, y el inspector de Trabajo de Castellón que afirma que más de 200 empresas no cumplen la normativa laboral, y está el consejero autonómico de Empleo, Diego Such, repartiendo responsabilidades hasta entre los maestros que enseñan que España limita al norte con el mar Cantábrico y los montes Pirineos que nos separan de Francia. Curioso, ciertamente curioso nuestro consejero de Empleo -míre usted por donde vecino, antiguo militante en el PSOE y hoy en las filas del PP-, que a lo peor desconoce la vieja historia de los tejedores de Silesia, o no sabe que quien mayores medios y poder de decisión posee, mayor responsabilidad tiene en el tema. Y mientras sigue el goteo de los accidentes laborales y el susurro de Dios sabe qué maldiciones.

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