Se reedita 'Madrid continental', la quinta novela de Manuel de Lope
La obra se inspira en "los malsanos y muy literarios años cincuenta"
El escritor burgalés Manuel de Lope (1949) siempre sintió una fascinación especial por el Madrid secreto de los años cincuenta, una época y un lugar "malsanos y muy literarios" que, sin embargo, "pasaron inadvertidos" para las generaciones de escritores anteriores a la suya, que, "inexplicablemente", nunca trasladaron ese mundo a las novelas. De Lope lo hizo, en 1987, con Madrid continental, una historia de golfería y nostalgia que reedita ahora Alfaguara con letra más grande y nueva portada.
"De muy pequeño, mis tíos me traían a Madrid de vez en cuando", explicó ayer el autor de Bella en las tinieblas durante la presentación del libro. "Tendría cinco años cuando entré por primera vez al cabaré Pasapoga, al Biombo Chino y al Frontón Recoletos. Madrid era una capital bloqueada, pero, paradójicamente, mucho más cosmopolita que las de los países que la bloqueaban".Era aquél un cosmopolitismo "negro y clandestino, lleno de espías y contraespías, fascistas derrotados y monarcas destronados, estraperlistas, mujeres bellas, señores puteros y ludópatas", explica De Lope, que narra esa atmósfera turbia, mezcla de lujo y sordidez, a través de la voz de Fredi El atracador, un hombre de la misma edad que el autor que busca el rastro de su padre y encuentra, entre otros ciudadanos ejemplares, al trompetista de cabaré Tony Gardens (alias Antonio Huertas) y a su ayudante y gorila Txomin, un pelotari retirado.
Madrid continental fue escrita entre noviembre de 1986 y marzo de 1987, según contó ayer su autor, y la editó José María Guelbenzu, que entonces dirigía Alfaguara. "Fue una novela que entendió bien la generación de Benet", cuenta De Lope, "aunque ellos nunca metieron ese Madrid tan literario en sus obras, seguramente porque lo tenían demasiado próximo para hacer literatura con él. Yo estaba viviendo en Francia desde joven, y quizá eso ayudó a que me animara a recordarlo y a contarlo con retraso".
En ese sentido, añade, el libro fue un desafío. "Tenía que hablar de un mundo que no había visto en realidad, que sólo había entrevisto o sentido a través de terceros. Ahora, algunos lectores fieles que han releído la novela me dicen que se entiende mejor que cuando la escribí, y eso está bien, quiere decir que debe ser una de esas dos o tres obras que quedan de un autor. Aunque ya se sabe que lo único que queda, al final, son un par de títulos y unas cuantas páginas de cada título".
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