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Legitimidad moral, legitimidad legal

Andrés Ortega

¿Ha vuelto a girar el viento de la política exterior de EE UU? Como si Clinton buscara un nuevo rumbo -"pospolítico", señalan algunos analistas apuntando a que se está buscando un futuro para cuando acabe su mandato presidencial, aunque a la vez pueda estar despejando el camino para Al Gore-, esa política vuelve a centrarse sobre la promoción de la democracia en otros países. Lo ha hecho respecto a Irak: ya no se trata de contener a Sadam Husein, pues hay poco que contener, sino de fomentar allí un Gobierno que respete a su pueblo. Y en el importante discurso escrito para Clinton pero pronunciado en su lugar por Gore en Kuala Lumpur, ha apoyado abiertamente a los movimientos que luchan por la democracia en Asia. Tal injerencia no ha gustado al Gobierno de Mahathir Mohamad, en Malaisia, que está cometiendo la fantochada de juzgar por corrupción y sodomía al que fuera viceprimer ministro de Malaisia, Anuar Ibrahim, maltratado por los que le custodian, y hoy héroe regional. Pero la injerencia americana tampoco ha sido del agrado de otros Gobiernos de la zona, incluido el japonés.Si diferenciamos en política internacional entre legitimidad moral y legitimidad legal (la que da la Carta de las Naciones Unidas, y en particular el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas), cabe considerar que EE UU vuelve así a buscar un contenido ético para su política exterior, aunque en los casos citados nada ajeno a sus intereses económicos, y probablemente percibido como una defensa de valores occidentales por muchas terceras partes. EE UU, además, cuando puede, busca la legitimidad legal del Consejo de Seguridad. Sin embargo, cuando no lo consigue, no renuncia a actuar por su cuenta, a la legitimidad, por llamarla de alguna manera, del más fuerte: la unilateralidad.

¿Quién decide lo que es legítimo y lo que no? ¿Quién define la legitimidad? La legal, de momento, el Consejo de Seguridad. Es lo único que tenemos, pero es un órgano desigual en su composición, con cinco miembros permanentes con derecho de veto. En cuanto a la no siempre coincidente legitimidad moral, se nutre en un deber de injerencia por razones humanitarias, y, en estos tiempos, tiene una indudable dimensión mediática. En su definición, ante casos concretos, intervienen los medios de comunicación y otros actores como pueden ser las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), junto a otros movimientos y organizaciones. En cuanto a la de la fuerza, el que la posee.

Ahora bien, "en un mundo en el que la cuestión de la legitimidad cobra mayor importancia, ¿cómo puede un país en particular, aunque sea benévolo, decidir legítimamente en nombre del resto del mundo, y a la vez mantener que la legitimidad reposa en el consentimiento democrático y no en la fuerza?", se pregunta Jean-Marie Guéhenno, director del Instituto de Altos Estudios de Defensa de París ("El impacto de la globalización en la estrategia", Survival, invierno de 1998-1999). La visión moral, con profundas raíces en la tradición estadounidense, puede chocar con otra cara de esa tradición, que es la unilateralidad y llegar a confundir ambas, incluso disfrazándolas con un ropaje legal, como está ocurriendo con el actual discurso de Clinton-Gore.

Rusia está preocupada de que la OTAN, en su nuevo Nuevo Concepto Estratégico, consagre un enfoque por el que la Alianza se atribuiría la legitimidad de actuar fuera de sus fronteras sin mandato de las Naciones Unidas. Sin embargo, Rusia no es ninguna santa. A su modo, también contribuye a fomentar la legitimidad del más fuerte, al participar en el Grupo de Contacto de la antigua Yugoslavia, verdadero directorio internacional que va no contra la democracia pero supone un poder no democrático. Aunque sea para imponer la democracia a capones, como en Bosnia, donde confluyen las tres legitimidades.

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