Entre el barro y el "microchip"
La lluvia va calando suavemente los campos recién sembrados. Una cortina del agua al otro lado de la ventana recuerda inevitablemente esa otra lluvia desproporcionada e inmensa al otro lado del Atlántico. Son noticias que sacuden y mojan también por dentro. Es el agua allí más fiera que se ha llevado sembrados, ventanas y a quienes miraban a través de ellas.Mientras en el SIMO se exponen en estos días los ordenadores que atienden a la voz humana, mientras se instalan implantes en cerebros de discapacitados que permiten controlar un ordenador con el pensamiento..., el agua y el lodo se adueñan de países enteros sin que el hombre pueda hacer mucho por remediarlo. Nuestra civilización cabalga alocadamente entre la era de piedra y la digital. El tiempo del Discovery y de Internet quizá esperaba de nosotros más equilibrada repartición de los dividendos de la ciencia, más socialización de los seguros de vida, mayor conciencia y responsabilidad que cuando chocábamos las piedras para alumbrar fuego.
Entre el Mitch y el chip se encuentra la paradoja de nuestros días. Entre el lodo ensangrentado de los barrios de Managua y la última generación de Pentium 11 se halla un contrasentido aún no resuelto. Ante los veloces avances del presente, parece que las imágenes de catástrofes naturales debían de estar, si no desfasadas, sí moderadas en su impacto; sin embargo, en nuestro tiempo concurren los mayores desastres medioambientales junto a los mayores logros tecnológicos. Los progresos de hoy son el abc de un mañana que habrá que afrontar con mayores dosis de humildad y de respeto a la madre naturaleza. A nadie se le escapa que el aumento de calamidades ecológicas son, en buena medida, generados por el cambio climático. Este aumento de la temperatura, a su vez debido al exceso de gases liberados por la combustión de carburantes, es el principal tema que en estos días se aborda en la cumbre de Buenos Aires. En esta trascendental reunión todos esperemos que se adopten, por encima de hermosas retóricas, imprescindibles compromisos.
El desarrollo tiene que proseguir. La evolución humana hacia mayores cotas de progreso y felicidad, ecológicamente sostenidos y socialmente repartidos, no puede detenerse. No debemos dejar de maravillarnos por los logros que vamos alcanzando. Somos aún, con los Niños y las Niñas y con los Georges y los Mitchs, privilegiados en un tiempo que nos proporciona grandes ventajas y posibilidades de conocimiento, comunicación y facilidades en la vida doméstica, el ocio y el trabajo. Sin embargo, no conviene seguir inflando un orgullo y ambición que nos aleja de la naturaleza, sus leyes, sus ritmos.
Adolecemos de humildad al sobreestimar nuestros logros. Los superordenadores de hoy serán de paso de burra mañana, sin que ello anule la posibilidad de que Mitch, o uno de sus primos, aparezcan por el horizonte. Todos los microchips juntos no nos evitan la amenaza agazapada tras un océano, tras unas montañas o bajo la misma tierra. La vulnerabilidad humana en puertas del tercer milenio queda patente a la vista de huracanes que se llevan por delante cientos de carreteras, puentes y pueblos, pudiendo hacer bien poco por remediarlo. Dada la voz de alarma ante el peligro de una ciencia y desarrollo sin alma, sólo queda apuntar un llamado para sacudir nuestros bolsillos y engrosar las cuentas corrientes de las organizaciones que canalizan tan urgente ayuda para los pueblos hermanos de Centroamérica.-
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